El desaliento

Cierta vez se corrió la voz de que el diablo se retiraba de sus oficios y vendía sus herramientas en una subasta.

En la noche de la venta, estaban todas las herramientas dispuestas en forma que llamaran la atención, y por cierto era un lote siniestro: odio, celos, envidia, malicia, engaño, además de otros implementos del Mal.

Pero un tanto apartado del resto, había un instrumento de forma inofensiva, muy gastado, como si se hubiese usado muchísimas veces y cuyo precio, sin embargo, era el más alto de todos. Alguien le preguntó al diablo cual era el nombre de la herramienta.

-«Desaliento» -fue la respuesta.

-¿Y por qué su precio es tan alto? -le preguntaron también.

-«Porque ese instrumento -respondió el diablo- me es más útil que cualquier otro. Con él, puedo entrar en la conciencia de un ser humano cuando todos los demás me fallan, y una vez dentro, por medio del desaliento, puedo hacer de esa persona lo que se me antoje. Está muy gastado porque lo uso casi con todo el mundo, y como muy pocas personas saben que me pertenece, puedo abusar de él».

El precio de desaliento era tan, pero tan alto, que aún sigue siendo propiedad del diablo.

El desaliento es uno de los estados de ánimo con el que el diablo se fortalece.

Nos desalentamos con la situación económica, con nuestro trabajo, con nuestra familia, con la necesidad de cambio, con los grupos, con el engaño, con la mentira, con el desamor…

Por eso, debemos mantenernos siempre alerta contra el desaliento. Y cuando haya un tropezón o una caída, nunca hay que entregarse: porque después de cada fallo, de cada error, de cada caída o de cada mal momento, siempre podemos empezar otra vez, y desde un punto más alto.

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