A veces veo sombras.
Y en modo alguno quisiera verlas.
Ciertas veces veo y percibo sombras. En el ocaso pero también a veces al alba, y cuando no debería haberlas, las veo en determinadas ocasiones.
Siempre van acompañando a las formas físicas de algunos seres humanos cuyos cuerpos, en esas primeras luces de la mañana cuando el sol aún no ha aparecido o al atardecer cuando el sol ya se ha hundido en el horizonte, no deberían tener sombra alguna.
Pero la tienen. Y siento rechazo al verla, pero nada puedo hacer para evitarlo. Siempre sucede de la misma manera. La sombra, al principio vaga y difuminada, se cierne poco a poco sobre la persona en cuestión y, mientras parece ir cubriéndola con un manto de negrura, sin que dicha persona se dé cuenta en ningún momento ni tenga la más mínima sospecha de lo que le sucede, va espesándose, concentrándose, como adquiriendo mayor solidez, más esencia, mayor entidad, hasta que la envuelve por completo.
La he visto ya en varias ocasiones. Hasta ahora no sé, ni he podido -mejor sería decir ni he querido- saber si siempre es la misma sombra o se trata de una distinta para cada persona. Pero la he visto cernirse sobre una anciana que caminaba de regreso a casa, sobre un niño montado en una bicicleta, sobre un vagabundo… incluso una vez la vi hacerlo sobre un viejo perro pulgoso.
Lo del perro me hizo pensar mucho y reflexionar, llenándome de más dudas de las que hasta entonces ya tenía, sobre si los animales también tienen alma, o algo parecido.
Pero no quiero verlas. Rechazo verlas.
No sé si es un don, una cualidad especial o una maldición, pero me niego a verlas.
Mas no puedo evitarlo.
Sucede en cualquier lugar, en el momento más inesperado, siempre a esas horas inciertas del inicio o final del día, de improviso, esté donde esté. Y me duele en mi propia alma, en lo más profundo de mi ser, ver esas sombras.
O quizás debería decir que me duele enterarme, saber, lo que les sucede después a esas personas, o a esos seres que se ven envueltos por las sombras.
Porque tampoco puedo evitarlo.
De una manera o de otra, sea por comentarios de vecinos, por una esquela en el periódico o por cualquier otra circunstancia, me entero.
Y entonces me duele todavía más hondo.
Porque a los pocos días de haber visto la sombra envolviéndoles, no volvía a ver a esa viejecita que regresaba a su casa, ni a ese niño que jugaba con su bicicleta, ni tampoco a ese callado vagabundo borrachín…
Y no volvía, ni he vuelto a verlos, porque al poco tiempo estaban muertos.
©Josep Riera – TLI – Todos los derechos reservados
Todos los niños que nacieron despues de 1994 ven cosas asi , parecidas o iguales , se preguntaran porque y yo creo en esta respuesta: Los niños que nacieron apartir de ese año nacen preparados para el futuro donde pueden ver cosas que nadie mas ve , algunos niños que nacieron despues de esa fecha , puede ser cierto que no les ocurra.