
«El Aquelarre» es un cuadro que pintó el gran Francisco de Goya entre 1797 y 1798 por encargo de los duques de Osuna para decorar su casa de campo. No se debe confundir con el cuadro del mismo título «El Aquelarre»o «El Gran Cabrón», de 1823, una de las pinturas al óleo sobre revoco (pintura mural) que conforman las llamadas Pinturas Negras con que Goya decoró los muros de su casa de la Quinta del Sordo.
En este pequeño cuadro al óleo (43 cm. por 30 cm.), en el centro de la escena, que tiene lugar a la luz de la luna, se está llevando a cabo un aquelarre, un ritual de brujería. El diablo, en forma de macho cabrío y tocado con unas hojas de vid que aluden a la iconografía de Baco, preside un círculo formado por brujas.
Ante él una mujer le ofrece a un recién nacido al tiempo que una anciana tiende en sus brazos a un niño esquelético. De espaldas al macho cabrío otra mujer sostiene sobre su hombro una vara de la que penden fetos humanos. En segundo plano, aunque individualizado mediante un halo de luz, se distingue un grupo de figuras femeninas cubiertas con túnicas blancas sobre cuyas cabezas vuelan murciélagos.
Se cree que Goya realizó estas pinturas sobre brujas influenciado por su amigo el escritor Moratín, que rescató del olvido el escrito del Auto de Fe del Juicio contra las brujas de Zugarramurdi de 1610. Con ello, quería formular una crítica tanto a la Iglesia como a la ignorancia y la superstición.
En Logroño, en 1610 se realizó un Auto de Fe contra varias mujeres y algunos hombres del pueblo de Zugarramurdi, en Navarra. Después de torturarlos se consiguieron confesiones y delaciones. 10 mujeres ardieron en la plaza de Logroño. Algunas de ellas ya habían muerto previamente en prisión. El impresor Juan de Mongastón relató y publicó el Auto de Fe en 1611, y Goya, a través de Moratín, seguramente tuvo acceso a este escrito.

Si miramos el cuadro, vemos iluminado por la luna a un macho cabrío, que representa al diablo, que tiende sus patas hacia dos brujas que le ofrecen unos niños. Las brujas representan a dos de las mujeres juzgadas en el auto, María Presoná y María Joanto, a las que hicieron confesaron haber matado a sus hijos para contentar al demonio.
«Y MARÍA PRESONÁ Y MARÍA JOANTO, HERMANAS, REFIEREN QUE EL DEMONIO EN EL AQUELARRE LES DIJO QUE YA HABIA MUCHO TIEMPO QUE NO HACIAN MALES (COMO ACUSÁNDOLES AL DESCUIDO QUE EN ESTO TENIAN) POR LO CUAL AMBAS SE CONCERTARON DE MATAR UN HIJO DE LA UNA Y UNA HIJA DE LA OTRA, QUE AMBOS ERAN DE EDAD DE OCHO Á NUEVE AÑOS…Y QUE ESTO LO HICIERON SOLO POR DAR CONTENTO AL DEMONIO,»

A la izquierda cuelgan de un palo varios niños. Parecen demacrados y esqueléticos, lo mismo que los dos que están en el suelo. Los inquisidores hicieron confesar a las «brujas» que los chupaban por el ano y los genitales (sieso y natura) hasta la muerte.
«Y A LOS NIÑOS QUE SON PEQUEÑOS LOS CHUPAN POR EL SIESO Y POR SU NATURA; APRETANDO RECIO CON LAS MANOS, Y CHUPANDO FUERTEMENTE LES SACAN Y CHUPAN LA SANGRE»
Los fragmentos en cursiva y en mayúsculas están sacados del relato de Juan de Mongastón a los que hace referencia la pintura de Goya. Lo que la Inquisición consiguió que confesaran esos hombres y mujeres, a base de miedo y torturas, es terrible. Goya lo plasmó con total maestría en su pintura, consiguiendo provocar en el espectador un desasosiego cercano a la pesadilla.
Este lienzo, que critica abiertamente la superchería y la ignorancia, se puede relacionar con algunos grabados de idéntico objetivo pertenecientes a la serie de Los Caprichos: el número 47, Obsequio al maestro y el número 60, Ensayos, en los que también aparecen fetos humanos y el macho cabrío.

Deseos de controlar
El caso de las brujas de Zugarramurdi, representadas en la obra El Aquelarre de Goya, no es el único en el que la ignorancia, el deseo de controlar a la población y la incapacidad de resolver crímenes se ha cobrado las vidas de inocentes. Seguro que recordarán la historia de las Brujas de Salem, pero hay muchas más que nos llenan de rabia por su injusticia y por ser demasiado numerosas. ¿Algunos ejemplos? El de Margherita Guglielmina, la Gatina, la última bruja asesinada en Italia; el de la supuesta bruja Agnes Waterhouse y su gato Satanás y el del juicio de las brujas de Mora (Suecia): 15 niños condenados.
De un modo u otro, quienes ostentaban el poder en la antigüedad conseguían desviar la atención hacia un enemigo común e inventado y lo personificaban en el eslabón más indefenso de su sociedad: las mujeres. Sin apenas derechos, especialmente las niñas y las ancianas, eran las víctimas perfectas para ser acusadas de las más perturbadores acciones: lo que pudieran decir en su defensa no tenía valor. Sin un hombres que saliera en su ayuda, poco tenían que hacer. Por suerte, alguna vez alguna alma bondadosa las defendía, a pesar de arriesgarse a sufrir lo indecible, como es el caso del científico español Miguel Servet quemado dos veces en la hoguera por la Inquisición, pero se arriesgaba a ser considerado también culpable.
Así pues, en lo que respecta a la brujería había muchos intereses, muy alejados de lo sobrenatural.
En este enlace pueden leer el texto completo del Auto de Fe del Juicio contra las brujas de Zugarramurdi de 1610: