La oración más popular de San Cipriano fue prohibida por la Inquisición

Cipriano y Justina

Hay mucha confusión entre Cipriano, obispo de Cartago, santo y mártir de la Iglesia, y Cipriano de Antioquía, el misterioso personaje que de brujo y mago pasó a convertirse al cristianismo por amor a santa Justina, y a quien se le atribuye el famosísimo «Libro de San Cipriano. Tesoro del Hechicero», un grimorio que ha conocido muchísimas versiones.

También se conocen muchas y muy distintas oraciones de San Cipriano, para todo tipo de situaciones, que se usan no sólo en el cristianismo, sino también en rituales de santería y en cultos de otras varias creencias y religiones sincréticas.

La oración de San Cipriano más antigua que se conoce estuvo en la mira del Santo Oficio (Inquisición), que la prohibió en diversas ocasiones. Encontré hace años una copia en el Archivo Histórico Nacional de Madrid.

Primera página de la oración

En 1631 se imprimió en Pamplona, España, un pliego de cordel con la  “Oración devotísima de San Cipriano” tomada del Liber exorcismorum cum adversus tempestates et daemones, impreso en Pamplona en 1631, cuyo autor es Cristóbal Lasterra, clérigo navarro y comisario del Santo Oficio.

La publicación en el formato de pliego suelto perseguía la difusión masiva, a precio asequible  para el pueblo fiel, de una plegaria vinculada a un santo, como San Cipriano, relacionado con la magia y los conjuros. El contenido de la oración provocó la intervención de la Inquisición que, tras analizar sus incongruencias, ordenó la retirada de la impresión en 1634.

Segunda página de la oración

Las reiteradas ocasiones en que las oraciones dirigidas a San Cipriano fueron prohibidas por las autoridades eclesiásticas ponen de manifiesto el arraigo de la piedad popular hacia este santo, vinculado con la heterodoxia, y el escaso efecto que tuvieron esas medidas represoras.

La oración, tal y como se pregona en la primera página, permite “librar a las personas de malos hechos y hechizos, y ojos malos y malas lenguas y para cualquier ligamentos y encantamientos, para que todos sean desatados y desligados, y para la mujer que está de parto, y para pestilencia y aire corrupto”.

Para alcanzar los beneficios prometidos, el fiel deberá rezarla durante tres domingos consecutivos. Puesto que se trata de un texto extenso y prolijo, el devoto difícilmente podría recitar la oración de memoria sino que tendría que leerla, aunque más adelante se establece que los beneficios alcanzarán también a quien la haga leer o sencillamente, la “trajere o la tuviere en su casa”. Por este procedimiento se ampliaban los beneficios de la plegaria a la mayoría que no sabía leer y que accedía a ella merced a la lectura en voz alta, tal y como era habitual en aquella época tanto para las obras de distracción como las de piedad.

Tercera página de la oración

En la plegaria, San Cipriano invoca a Dios para alcanzar los beneficios prometidos a sus fieles y, al mismo tiempo, recaba la intercesión de un nutrido y heterogéneo elenco  de personajes celestiales a los que se relaciona con una cualidad o hecho no siempre inteligible. Tal es el caso de Emanuel, “que es espada de Dios”; los santos profetas, que más adelante concreta en Daniel y en el “profeta de los profetas”; los “ángeles buenos”, el sacrificio de Abel, la bondad de Jafet, la “deliberación” de Noé, la fe de Abraham, la obediencia y el “enlazamiento” de Isaac, la “religión de Melquisedec”, la paciencia de Job, el amor de Benjamín, el sacrificio de Josafat, las lágrimas de Jeremías, la oración de Zacarías, “el ayuno de los apóstoles” y “las oraciones que hicieron”, etcétera.

Cuarta página de la oración

La oración también invoca el “nacimiento de N. S. Jesucristo y su bautismo”, para más adelante mencionarlo indirectamente como el que “resucitó a Lázaro del monumento”, “resucitó al hijo de la viuda” y el que “hizo la mansedumbre en la mar”.

El texto es en definitiva un conjuro que preserva al fiel del “diablo maldito” y de sus funestas acciones, entre las que se encuentran los hechizos, como son el “ojo malo de envidia y si es hecho en hierro, en oro o en plata o en alambre o en plomo o en estaño o en otro cualquier metal, todo sea destruido y deshechizado y no apegue ni prenda cosa de aquí adelante. O si el hechizo es hecho en algún hilo de oro, plata o de seda o de algodón o de lino o de lana, o de cáñamo o en cabello de cristiano o moro, judío, hereje, en huesos de ave o de pez, o si fuere hecho en madero, en libro, en pez o en alguna figura o en piedra o en sepultura de moro, judío, cristiano o hereje, o en fuente, o en puerto, o en mar, en río, en casa, o en pared de yeso, o de hueso, en campo o en viña, o en árbol, en sepultura solitaria, en desierto, o en repartimiento de arroyos o de ríos, encrucijada, o en rostro hecho de cera, o de hierro, plomo, o fuere dado a comer o beber, sean desatadas todas estas cosas de este tu siervo”.

Quinta página de la oración

Además de conjurar las asechanzas del Infierno, San Cipriano implora a Dios Todopoderoso que “caiga la lluvia sobre la tierra, y la tierra dé su fruto, y los árboles, y las mujeres paran sus hijos sin ninguna lesión y mamen la leche de los pechos de sus madres, y desátense a su tiempo los peces del mar y todas las animalias que andan sobre la tierra. Desaten todas las nubes del cielo y todas las otras cosas y todos los hombres y todas las mujeres a quienes fueren hechos los hechizos de día y de noche, todos sean desatados por el tu santo nombre”. También suplica para el que recita la oración “que no le dañen ni le empezcan las setenta y dos lenguas que están repartidas por el mundo”.

Sexta y última página de la oración

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