Quiero dar aquí mi impresión personal sobre el actuar de algunos de los llamados ‘maestros espirituales’, que tan en boga están en la actualidad.
Hablo desde mi experiencia y lo primero que tengo que decir es que esos ‘maestros’, simplemente no son tales. No están realizando sus supuestos trabajos dirigidos al crecimiento individual y por ende, comunitario y humanitario.
Su actuar es, en realidad, sólo una pantalla de supuesta bondad, luz y sabiduría, para atraer más adeptos y ganar más dinero con los continuos cursos y talleres que organizan.
Una persona genuina crece y se esfuerza por ser cada día mejor ser humano, para así ayudar a los demás de manera honesta y sincera. La mayoría de esos maestros no son genuinos. Ni siquiera son.
Los he leído, muchas de las cosas que publican, y hay quienes ni siquiera saben escribir bien, que no tienen siquiera un nivel cultural mínimamente aceptable. Y la pregunta a continuación es: ¿habrán leído algo, entonces?
Y lo triste es que en muchos predomina su ego espiritual, se enorgullecen de su ‘inteligencia’ y de su ‘superioridad’ sobre el resto de los mortales… No puedo evitar pensar en el cuento del traje nuevo del emperador…
Estamos siempre hablando de la espiritualidad y no nos damos cuenta que lo primero, construir los cimientos de la casa, consiste en trabajar la personalidad. Ésta es la primera e imprescindible piedra angular, la base de todo nuestro crecimiento.
¿Cómo podemos pretender conectar con el cosmos y con realidades superiores, si no somos capaces de gestionar primero lo que tenemos a nuestro alrededor, las situaciones cotidianas de nuestra existencia: temas familiares, relaciones personales, de pareja, etcétera?
Reitero que lo primero y más importante es educar la personalidad, conocer y entender las emociones primarias. Esto es responsabilidad de cada uno. Cada uno decide cómo y cuándo.
Mientras tanto, cuántas personas viven engañadas, asistiendo a continuos talleres y cursos de vendedores de humo, recitando mantras, creyendo así alcanzar la espiritualidad, la ‘íluminación’, cuando lo único que logran es acrecentar su ego espiritual que les hace sentirse distintos y superiores a los demás.
Todas esas personas no se dan cuenta de que lo que les ocurre realmente es que están bajo el dominio del verdadero «iluminador»: el Portador de la Luz, Lucifer.
Y no son conscientes de que, poco a poco, el Mal va ganando terreno, y la influencia sutil y solapada del Maligno es cada vez mayor.