
Muchas culturas del mundo creen que los muertos regresan al mundo de los vivos para visitar a sus familiares, al menos una vez al año.
Desde que el hombre empezó a enterrar a sus muertos, ha sentido la necesidad de seguir manteniendo un lazo invisible con sus seres queridos desaparecidos. Como decía Gregorio Marañón, “Nadie más muerto que el olvidado”.
Durante la celebración de la noche del 31 de octubre al primero de noviembre, el sentimiento de proximidad con los difuntos era tal, que cualquier ser vivo podía descender al mundo inferior para comunicarse con ellos en una especie de confusión cósmica, lo que ha dado lugar al nacimiento de una multitud de leyendas al respecto. Durante esta noche, los muertos podían estar entre los vivos, era el tiempo cuando el velo entre los mundos estaba más delgado y los vivos podían también comunicarse con sus seres queridos ya fallecidos.
Según escribe Dolors Llopart en su libro «El origen de la fiesta de todos los Santos», «las fiestas de Todos los Santos y Difuntos son, en sus raíces, fiestas otoñales que nos anuncian la inminente proximidad del invierno. La tierra, símbolo femenino, aparece yerma en esta época del año, cubierta de rastrojos, después de la tala o la siega hechas en julio o en agosto, pero después de recibir la semilla, símbolo masculino, esta tierra se torna en esperanza de continuidad de la vida para todos los humanos. Estas fiestas representan, en cierta manera, un momento de acuerdo o de reencuentro entre el mundo de los muertos, simbolizados en el mundo real por la tierra yerma, y el mundo de los vivos, simbolizados por las semillas que se sembrarán y que harán posible la vida en el futuro».
Esta festividad se enmarca dentro de la tradición del culto a los muertos. No es extraño que tenga lugar justamente en otoño, cuando la naturaleza va muriendo poco a poco y se prepara a cubrirse con el sudario blanco del invierno. Son muchas las tradiciones que concurren en estas fechas: desde las referencias literarias, como el don Juan Tenorio de Zorrilla, hasta las puramente gastronómicas que nos conducen a los aspectos más lúdicos de la celebración.

En efecto, antiguamente, después de cenar, se celebraba la castañada, comida familiar dedicada a los muertos y que era recuerdo de las antiguas comidas funerarias. Se hacía la cena habitual y seguidamente se comían las castañas asadas al fuego del hogar, así como los panellets o buñuelos u otros dulces propios del día, y se bebía vino, que tenía que ser dulce o blanco. Las castañas asadas se colocaban encima de la mesa y todo el mundo iba cogiendo a su discreción. Esta costumbre de comer castañas, se complementa con la de consumir, también asado, sólo o con azúcar, un tubérculo parecido a la batata (de la cual es una variedad): el boniato.
El origen de la fiesta de Todos los Santos
Durante la persecución de los cristianos por el emperador Diocleciano, hubo tantas muertes que no se podían conmemorar todas una por una y santo por santo. Así surgió la necesidad de organizar una fiesta común que pudiera rememorar a todos. Pero hubo que esperar hasta principios del siglo VII para que ello tuviera lugar.
Fue Bonifacio Ill quien consiguió del emperador Focas un edicto reconociendo a Roma como cabeza de todas las Iglesias, pero en la disputa, concedió al patriarca de Constantinopla el título de «patriarca ecuménico».
Bonifacio III murió a los nueve meses de pontificado, el 12 de noviembre del año 607. El 15 de agosto del 608 fue consagrado obispo de Roma un monje benedictino originario de los Abruzos, con el nombre de Bonifacio IV. Con motivo de su elevación al solio pontificio, recibió un presente importante: el emperador Focas le regaló el Panteón.

Este templo de planta circular, coronado por una impresionante cúpula, había sido construido en el año 27 antes de Jesucristo por Agripa en honor de todos los dioses. Bonifacio decidió al punto convertirlo en iglesia y, en el año 609, consagró el edificio a «Santa María de los Mártires», en memoria de todos los que habían derramado su sangre por dar testimonio del único Dios. Se instituyó entonces la fiesta de Todos los Santos.
Por otro lado, en el año 998, San Odilón, abad del Monasterio de Cluny, en el sur de Francia, añadió la celebración del 2 de noviembre como fiesta para orar por las almas de los fieles que habían fallecido, por lo que fue llamada Fiesta de los «Fieles Difuntos».
La fiesta de Todos los Santos inicialmente se hacía en el mes de mayo, hasta que el Papa Gregorio III (731-741) la cambió al 1 de noviembre, fecha que ha venido celebrándose hasta nuestros días. Este cambio se produjo debido a la conversión (o a los intentos de conversión) al Cristianismo de los pueblos de tradición pagana que se negaban a abandonar sus raíces y fiestas. Los dirigentes católicos pensaron que, al instaurar fiestas nuevas en la misma fecha y de similar apariencia doctrinal que las antiguas o propias de estos pueblos, les sería más fácil a estos nuevos creyentes ir abandonando sus antiguas creencias, sin que esto supusiera desechar su cultura e identidad.
Una conversión que no fue
Al conquistar los romanos a los celtas, influenciaron el mundo céltico con su cultura, tradiciones y festivales. Más adelante, con la llegada de los cristianos, éstos últimos consideraron que los celtas adoraban al diablo, aunque el diablo nunca existió en la religión céltica. Los cristianos determinaron que la manera de convertir a los celtas al cristianismo era adoptando -y adaptando y ‘santificando’- los festivales de los celtas en otros religiosos. Así, el 31 de octubre se convirtió en la víspera del día de Todos los Santos (All Hallow’s Eve). Pero los pueblos celtas nunca aceptaron del todo las tradiciones cristianas y por eso todavía están vigentes algunas de las tradiciones de la noche del 31 de octubre, que para ellos y también en otros muchos países, especialmente en la cultura anglosajona, es una noche de magia, brujas y fantasmas.
La víspera del 1 de noviembre se celebraba el ‘Samhain’, fiesta pagana celta que marcaba el final del verano y las cosechas e introducía los días de frío y oscuridad. Para los celtas, que dividían el año en dos partes, verano e invierno, el cambio de estaciones adquiría una importancia mágica. Samhain era el festival más importante, ya que era el último día de la cosecha y el comienzo del invierno. Concretamente, este festival se celebraba entre finales de octubre y principios de noviembre.
El dios de la muerte de los celtas, Samhain, permite a los muertos que vayan a visitar a los vivos
El primero de noviembre constituía para los celtas una de las grandes festividades del año. Representaba el comienzo del año, el final del verano y el principio del invierno. Era un tiempo de recolección de semillas y matanzas de animales con el fin de aprovisionarse para las inhóspitas y largas jornadas invernales. La noche anterior, organizaban festivales para celebrar el cambio de estación y la llegada del año nuevo. Pensaban que durante la noche del 31 de octubre, los espíritus de los muertos regresaban para comunicarse con los vivos. La vida y la muerte entraban en comunión y todas las barreras que separaban a los dos mundos se derrumbaban. De esta manera los vivos podían consultar con los espíritus de sus antepasados los temas de interés y al mismo tiempo solucionar culpas y errores del pasado que habían quedado pendientes, se libraban de viejos compromisos, adoptaban nuevos hábitos y podían averiguar el futuro. De alguna manera esos espíritus benefactores orientaban a los vivos en asuntos importantes del presente librándolos al mismo tiempo de las mentiras del pasado.

Pero los druidas pensaban, además, que durante la noche del 31 de octubre Samhain, el caballero de la muerte, convocaba a todos los espíritus maléficos. Para ahuyentarlos encendían hogueras con el convencimiento de que el fuego purificador acabaría con ellos.
Los celtas creían que en esa noche, la puerta que separaba el mundo de los vivos y el de los muertos desaparecía. Para mantener a estos espíritus contentos y alejar los malos espíritus de sus hogares, los celtas dejaban comida o dulces fuera de sus hogares. Esta tradición se ha mantenido en el tiempo y se ha convertido en lo que hoy llamamos ‘trick or treat’ (trato o truco), donde los niños van de casa en casa, disfrazados y pidiendo dulces.
Por su parte, el pueblo romano celebraba el 21 de febrero la fiesta de ‘Feralia’, en la que ayudaban con sus oraciones a la paz y el descanso de sus difuntos. Con la invasión romana, la cultura celta se mezcló con la de los césares y la religión de los druidas terminó por desaparecer. Sin embargo, la «fiesta de los muertos» no se perdió del todo. Los romanos la mezclaron con sus Fiestas de Pomona, dedicadas a la diosa de la fertilidad y de las cosechas, y así el primitivo ‘Samhain’ de los celtas pudo sobrevivir al paso del tiempo conservando gran parte de su espíritu y algunos de sus ritos. Con el Cristianismo esta vigilia se llamó, como ya hemos dicho antes, “All Hallow´s Eve” (Vigilia de Todos los Santos) y su importancia fue creciendo con el paso del tiempo, así como se fue transformando hasta llegar a lo que hoy se conoce como “Halloween”.

Halloween
Los celtas habitaban en las Islas Británicas, Irlanda, Escandinavia y al oeste de Europa. Sus sacerdotes (druidas) iban casa por casa exigiendo toda clase de alimentos extraños para su propio consumo y para ofrecerlos más tarde a su dios Samhain. Los druidas llevaban consigo un gran nabo hueco («turnip») y formaban caras grotescas en estas calabazas y encendían carbones dentro de ellas. Esta calabaza simboliza el espíritu del cual ellos dependían para obtener sus poderes y conocimientos. El nombre de este espíritu era Jock. A fines del siglo XIX, los irlandeses introdujeron esta fiesta en América y le pusieron «Jack quien vive en la lámpara» o «Jack O`Lantern».
Gradualmente esta fiesta fue adquiriendo, con el paso de los años, un carácter siniestro, incluso llegándose a creer que, ese día, fantasmas, hadas, duendes, brujas y demonios de toda clase, paseaban por las calles de todos los pueblos y ciudades del mundo. Pese al cúmulo de coincidencias y de ritos superpuestos, la fiesta cristiana conservó guiños de la versión ancestral iniciada por los celtas y continuó siendo para siempre la noche de los que tributaban un especial interés por la muerte y el más allá. Más tarde, se llegó a la comercialización de esta «fiesta», sobre todo en Estados Unidos, buscando la ganancia económica por la venta de dulces, disfraces, tarjetas, posters, etc., que representasen ese «Día de los muertos».
Con el paso del tiempo a esta celebración celta se le fueron añadiendo algunos adosados, tal es el caso de la costumbre de disfrazarse durante esa noche y utilizar calabazas huecas con una vela encendida en su interior. Hay quien afirma que la costumbre de disfrazarse durante esa noche tiene su origen en la Edad Media cuando algunos bandoleros se aprovecharon de estas creencias y después de cometer sus fechorías culpaban a los espíritus y se disfrazaban de diablos y espantos para hacer más creíble su cuento.
La fiesta de Halloween ha perdido su primitivo significado y se ha convertido en una excusa para el consumismo

La internacionalización de Halloween se produjo en los años 80 y actualmente es una de las fechas más importantes del calendario festivo estadounidense y canadiense, aunque en la actualidad esta fiesta se ha extendido a numerosos países ajenos a las costumbres anglosajonas, incluida España. Hoy la celebración de la fiesta de Halloween carece de todo sentido religioso y su origen es prácticamente ignorado por la mayoría y, desde luego, nada tiene que ver con los rituales de los druidas ni con los pueblos celtas que dominaban la mayor parte del oeste y centro de Europa durante el primer milenio a.C.
Halloween se ha convertido en un motivo más de lucro comercial dado que muchos establecimientos nos ofrecen para esa noche un lote completo con todo lo necesario (disfraz, calabaza, dulces, velas, etc.) para disfrutar de la velada. Además la industria cinematográfica, tan aficionada a la explotación disparatada de cualquier acontecimiento ha convertido la noche de Halloween en sinónimo de muerte, asesinato y destrucción, contaminando con sus descabelladas versiones los ritos ancestrales de nuestros antepasados.
En cualquier caso, la celebración de la noche de Halloween arranca de estas tradiciones celtas y, sobre todo, de los viejos rituales de los druidas que pretendían alejar a los espíritus malignos que durante la oscuridad hacían acto de presencia en sus vidas. Actualmente sólo nos ha quedado este segundo aspecto de la tradición celta. Por este motivo Halloween significa noche de miedo y terror, donde los espíritus del mal se acercan sigilosos con intenciones perversas. Algunos se disfrazan, otros celebran rituales de fuego y alcohol y todos pretenden espantar a los fantasmas y las brujas que supuestamente vuelven del lado oscuro para hostigarnos.
También los griegos creían que su dios de la muerte, Hades (el Plutón romano) dejaba salir a los muertos por un día

La fiesta en la cultura mediterránea
Por lo que se refiere al mundo mediterráneo, los antiguos griegos pensaban que entre el 1 y el 2 de noviembre, el dios de los muertos Hades permitía el ascenso hasta la superficie de la Tierra a los espectros de quienes habían sido buenas personas durante su vida, para que pudieran manifestarse a sus descendientes y hablar con ellos mediante ruidos. Una creencia similar perdura en el mediterráneo occidental, donde se visitan los cementerios, se habla con los muertos, se adornan sus tumbas con flores y se cree que las almas vuelven desde el mediodía del 1 hasta el mediodía siguiente, e incluso que descansan sobre las barras de las sillas y que nos hablan desde el interior de los cántaros.
Y también en algunos lugares se encienden fuegos con propiedades mágicas, las ‘maripositas’ de la noche del 31 de octubre, unas lucecitas especiales que arden flotando sobre una capa de aceite los días de Todos los Santos y de Difuntos, y que sirven para señalar a las almas el camino hacia su casa.
Granadas y piñones, los frutos que los ibicencos dejaban para que comieran los familiares muertos que iban a visitarlos

Como las almas de los difuntos volvían en busca del calor del hogar y para confortarse por la buena acogida que les dispensarían los parientes, en muchas casas del campo de Ibiza se les dejaba una luz encendida y comida sobre una mesa, especialmente granadas y piñones, ambos frutos abiertos, para que al comerlos, los familiares difuntos que venían de visita hicieran el menor ruido posible y no despertaran a los vivos que dormían tranquilos. En las masías de los Países Catalanes se les preparaba un lecho caliente por si querían acostarse, cosa que también perdura en muchos pueblos del País Valenciano, donde era costumbre que el día de difuntos se hacía la cama de buena mañana, se dejaba preparada con una esquina semi abierta (la girà) y se iba a 3 veces a misa, para dar tiempo a que las almas pudieran acostarse y descansar.

El Día de Difuntos
Más allá del hito anual del cambio de estación y de las novedades gastronómicas, los aledaños de los días 1 y 2 de noviembre se llenan de misterio y de culto a los muertos y a sus almas. Estas fechas se celebran con unas características especiales. Durante los días precedentes los familiares de los difuntos realizan frecuentes visitas a los cementerios con el objeto de limpiar a fondo las losas de las sepulturas de sus allegados y adornarlas con todo tipo de flores, entre las que destacan los crisantemos.
La visita a los cementerios se realiza el 1 y el 2 de noviembre. Es un rito de recuerdo y homenaje a los antepasados. En todas las iglesias se ofician misas en memoria de estos seres queridos que sirven para acortar los supuestos años de purgatorio en el más allá. La estancia de los familiares en el camposanto será más larga si la muerte se ha producido recientemente. En cualquier caso, no puede decirse que sea un hábito generalizado, pues la población que visita los cementerios suele ser la de mayor edad. Muchos sienten una profunda aversión ante cualquier situación relacionada con la muerte y optan por ignorarla, tal vez con la esperanza de que esa actitud consiga alejarla de sus vidas. En todo caso, los familiares visitantes encienden velas durante toda la noche y el cementerio permanece abierto. Ninguna tumba queda desprovista de luz y flores.
Un rito de paso
Todas las sociedades organizan ceremonias para conmemorar, celebrar o despedir personas y situaciones. La vida y la muerte así como todo lo que concierne al cuerpo son, en la universalidad de las sociedades humanas, objetos de ceremonia. La celebración del Día de Difuntos ha sido tradicionalmente una fiesta exclusivamente religiosa e íntima en la que se recuerda a los seres queridos que han muerto. Una ceremonia solemne que incluye pocos detalles lúdicos. Mientras en otros países latinos, como México, dan a la fecha un carácter mucho más festivo y más cargado de contenido ritual.
La actividad ritual suele desarrollarse en los momentos transcendentales de mutación de la existencia individual o colectiva y nace de nuestras propias emociones. Ritualizar consiste en traducir esas emociones en un relato, por eso se asocia al mito, como relato simbólico. Se trata de una forma de repetición práctica del contenido mítico frente a la muerte, el mito narra el viaje del alma después del óbito. El mito se convierte así en parte integrante del rito como fórmula de expresión verbal del pensamiento.
En nuestra sociedad el procedimiento ritual ha ido perdiendo su eficacia aunque, en términos generales, se sigue manteniendo inamovible su estructura. En las sociedades tradicionales, el individuo no es nada fuera del grupo social que lo estructura y se encarga de él. La muerte no es percibida como un mal supremo ni como el escándalo por excelencia puesto que se reduce a una pérdida fragmentada y provisional. Para paliar su impacto, que no es más que un accidente de trámite para el grupo, los ritos de gran complejidad expresan la solidaridad entre los vivos y los difuntos porque regulan el luto -las señales de dolor-, y aseguran el status del difunto para que una vez integrado en el mundo de los ancestros, participe de la continuidad del grupo.
Pero, por otra parte, parece evidente que las tradiciones populares con tintes religiosos, como las del Día de Difuntos, están en riesgo de desaparecer, porque los referentes culturales de nuestros antecesores distan de los de muchos jóvenes de hoy. El ‘pasotismo’ general y el desinterés por conocerlas y no ser participantes de las mismas es cada vez mayor. El mundo occidental, hoy en día, plantea una negación de la existencia de una vida futura después de la terrena.

El cementerio, en estos dos primeros días del mes de noviembre, es la inmensa plaza pública donde asoman las más inusitadas manifestaciones y los más extraños encuentros entre vivos y difuntos. El bullicio de las grandes ciudades contrasta con los cementerios rurales que se convierten en lugar de múltiples reencuentros. En este día se expresa la máxima del sentir popular “más vale llevarse bien con los muertos”.
El cementerio representa el lugar cerrado, lúgubre, donde moran los difuntos. Esta separado del mundo de los vivos por una elevada tapia que disimula o esconde a la vista la fría arquitectura funeraria y es reconocida casi siempre por los espigados cipreses que lo circundan. La piedra de las tumbas invita a su perennidad, y la imagen o fotografía del difunto manifiestan una simbología determinada: la perpetuación, en este otro mundo, de su memoria. El enterramiento de nuestros seres queridos sugiere una idea de sacralidad conectada a cierta reflexión más allá de la vida cotidiana.
Aparte de visitar los cementerios, también a modo de ofrenda se llevan flores a los difuntos. Las coronas, los ramos, los centros, son los elementos estéticos que poetizan la arquitectura fría de una tumba. Las flores más características son el clavel y el crisantemo. Antiguamente, las flores cumplían la función de enmascarar el olor a descomposición del muerto.
Otro elemento simbólico que se hace manifiesto este día son las velas. Las velas encendidas, según cuenta la tradición, iluminaban el camino que tenían que seguir las almas de los difuntos para llegar a este otro mundo.
®TLI – Josep Riera