La soberbia

La soberbia es un tumor del alma lleno de pus. Si madura, explotará, emanando un horrible hedor.
El resplandor del relámpago anuncia el fragor del trueno y la presencia de la vanagloria anuncia la soberbia.
El alma del soberbio alcanza grandes alturas y desde allí cae al abismo.
Se enferma de soberbia el apóstata de Dios cuando adjudica a sus propias capacidades las cosas bien logradas.
Como aquel que trepa en una telaraña se precipita, así cae aquel que se apoya en sus propias capacidades.
Una abundancia de frutos doblega las ramas del árbol y una abundancia de virtudes humilla la mente del hombre.
El fruto marchito es inútil para el labrador y la virtud del soberbio no es aceptar a Dios.
El palo sostiene el ramo cargado de frutos y el temor de Dios el alma virtuosa. Como el peso de los frutos parte el ramo, así la soberbia abate al alma virtuosa.
No entregues tu alma a la soberbia y no tendrás fantasías terribles. El alma del soberbio es abandonada por Dios y se convierte en objeto de maligna alegría de los demonios. De noche se imagina manadas de bestias que lo asaltan y de día se ve alterado por pensamientos de vileza. Cuando duerme, fácilmente se sobresalta y cuando vela los asusta la sombra de un pájaro. El susurrar de las copas de los árboles aterroriza al soberbio y el sonido del agua destroza su alma. Aquel que efectivamente se ha opuesto a Dios rechazando su ayuda, se ve después asustado por vulgares fantasmas.
(Sobre los ocho vicios malvados – Evagrio Póntico, 345-399)

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