Una vez más, la Iglesia católica ha demostrado que, como decía Pablo VI, es experta en humanidad. Y en apenas dos días, sus 115 príncipes le dieron un acelerón a la Historia. Con la elección de un Papa latinoamericano (por vez primera), jesuita (por vez primera), de una orden religiosa y llamado Francisco (por vez primera). Un Papa que casa la institución con el carisma.
Parece que la Iglesia es un paquidermo lento de reflejos y sin soltura para adecuarse al ritmo frenético actual. Pero también es una institución que acumula en su ADN la sabiduría de los siglos. Y sabe, por instinto, cuando es necesario un cambio de ciclo, una ruptura en la historia, un signo de esperanza para un mundo en crisis global.
En dos días, 115 cardenales electores buscaron al Papa adecuado para fusionar el poder con el carisma. Sin renunciar a ninguno de los dos. O reconduciendo el primero para ponerlo al servicio del segundo. «El poder en la Iglesia es servicio», dicen desde siempre los Santos Padres.
Esa máxima que parecía olvidada en la Curia, epicentro y sala de máquinas de la Iglesia, recobra vigor y vuelve por sus fueros. El cónclave, en dos días y cinco votaciones, consiguió la cuadratura del círculo: insuflar el carisma en el poder. Con el Papa del tres en uno: latinoamericano, jesuita y con el sayo franciscano.
En un momento crítico. Cuando la institución tocaba fondo y perdía autoridad moral e influencia social a borbotones en aras de las intrigas palaciegas de los cuervos curiales, el timonel llegó «casi del fin del mundo». En el cónclave anterior, la Iglesia vivía un momento dulce, con dos millones de fieles en torno al féretro del santo subito’ y todos los poderosos de la tierra arrodillados ante el papa Magno.
Casi ocho años después, la Iglesia sufría en medio de aguas turbulentas. Y el Papa anciano, «barrendero de Dios», «pastor entre lobos», sin fuerzas para seguir limpiando, consiguió, con su renuncia, el milagro de poner a la Iglesia a la escucha de los signos de los tiempos. Y de esa escucha procede esta elección de un Papa franciscano-jesuita-roncalliano.
Un Papa sencillo que conecte con el pueblo. «Parece como nosotros», decía ayer la gente en la Plaza de san Pedro. Un Papa que trae aire fresco a la Iglesia y que, como Juan XXIII, aparta a los «profetas de calamidades» y confía la barca de Pedro a las sencillas manos de Francisco.
Un Papa que termine de barrer la Iglesia, especialmente el IOR, banco vaticano, y la Curia. Un Papa que seduzca, que atraiga, que conecte, que vuelva a proporcionar a la gente la alegría de creer y la esperanza de vivir con dignidad y con justicia.
Un Papa que arroje el miedo a las tinieblas exteriores, que vuelva a dar confianza a los teólogos, que ilusiones a los curas, monjas y frailes, que ponga a remar a los laicos, que democratice la Iglesia y que coloque en el sitio que le corresponde a la mujer. El Papa de la revolución tranquila. El Papa de los pobres y de los sencillos. El Papa Francisco.
Fuente: Artículo de José Manuel Vidal en elmundo.es