
LA LEYENDA DE LA SANTA COMPAÑA
La Santa Compaña es una leyenda popular de Galicia y el noroeste de la península ibérica, sobre una procesión de ánimas. Esta misma leyenda, con variantes, está también presente en la mitología asturiana y en zonas como León (provincias de Zamora, León y Salamanca) y Extremadura, norte de Portugal, y por extensión a toda su frontera con España, es muy conocida así en los lindes con Huelva, sobre todo en Ayamonte, Villablanca y toda la ribera del Guadiana, también en otras zonas de Castilla, incluso en zonas de Granada, Málaga y Almería.
En todas ellas se menciona la aparición de un grupo de muertos o de almas en pena ataviados con túnicas negras con capucha que vagan por los caminos durante la noche. Cada fantasma porta una vela encendida y a su paso un aroma a cera o incienso impregna el ambiente. Su aparición era sinónimo de tragedia y aviso de muerte, tal y como indicaron varios autores en sus relatos a lo largo de los siglos XI y XII.

Es difícil asegurar cuándo y dónde nace la leyenda de la Santa Compaña. La misma historia se ha escrito en innumerables ocasiones y todas ellas presentan variaciones que la hacen diferente, lo que dificulta poder conocer su origen. De hecho, recuerdan algo a la famosa «Caza Salvaje» del dios nórdico Odín, en la que un grupo de cazadores fantasmales era portador de malos augurios, un mito de origen germánico muy difundido por toda Europa. Los especialistas en mitología celta también sugieren vínculos con las procesiones bretonas de los muertos. Una tercera hipótesis vincularía a la Santa Compaña con la historia galesa de los Perros de Annwn (el inframundo), una raza de canes espectrales que participan en cacerías y acompañan las almas de los difuntos.
Por su parte, la mezcla de creencias locales celtas en España y Portugal con las historias traídas de otras tierras por invasores o inmigrantes creó leyendas y tradiciones únicas. Algunos elementos de la Santa Compaña parecen estar relacionados con el bretón Ankou, un personaje legendario de la mitología popular de la Baja Bretaña, en Francia, que personifica a la muerte, y con las historias irlandesas sobre banshees, espíritus femeninos que se aparecen a alguien para anunciar con sus llantos o gritos la muerte de un pariente cercano.

Pero la Santa Compaña no es sólo un desfile de ánimas. Esta procesión espectral aparece encabezada, según los testigos, por una persona viva, un mortal que en sus manos lleva a veces una cruz y otras un caldero con agua bendita. Le siguen varios personajes encapuchados que entonan cánticos y rezos y portan una vela, así como una pequeña campanilla. A su paso, la Santa Compaña levanta una densa niebla, viento y, por supuesto, un fuerte olor a cera.
La persona viva que precede a la procesión puede ser un hombre o una mujer, dependiendo de si el patrón de su parroquia es un santo o una santa. Existe la creencia de que quien realiza esa «función» no recuerda nada de lo ocurrido en el transcurso de la noche anterior. Estas personas «escogidas» presentan una extrema delgadez y una excesiva palidez, que irá en aumento a medida que se vayan debilitando, ya que la Compaña no les permite descansar ninguna noche. Así, están condenados a vagar noche tras noche hasta que mueren agotados. Sólo pueden salvarse si sorprenden a otro incauto al cual traspasar la cruz.

En el hipotético caso de que la compaña se presentara en presencia de alguien se deben llevar a cabo una serie de rituales para la protección que consisten en:
-Apartarse del camino de la compaña, no mirarles y hacer como que no se les ve.
-Hacer un círculo con tiza o sal, con la estrella de Salomón o una cruz dentro y entrar en él.
-Comer algo.
-Rezar y no escuchar la voz ni el sonido de la compaña.
-Tirarse boca abajo y esperar sin moverse, aunque la compaña le pase por encima.
-Jamás tomar una vela que nos tienda algún difunto de la procesión, pues este gesto condena a formar parte de ella. -En último caso, echar a correr muy rápido.
«A su paso, cesan previamente todos los ruidos de los animales en el bosque. Los perros anuncian la llegada de la Santa Compaña aullando de forma desmedida, los gatos huyen despavoridos y realmente asustados. Se dice que no todos los mortales tienen la facultad de ver con los ojos a «La Compaña».
Elisardo Becoña Iglesias, en su obra «La Santa Compaña, El Urco y Los Muertos» explica que según la tradición, tan sólo ciertos «dotados» poseen la facultad de verla: los niños a los que el sacerdote, por error, bautiza usando el óleo de los difuntos, poseerán, ya de adultos, la facultad de ver la aparición. Otros, no menos creyentes en la leyenda, habrán de conformarse con sentirla, intuirla, etc.

En Asturias también existe una tradición conocida como La Güestia, un grupo de personas encapuchadas que se acercan a la casa de un moribundo y, después de dar tres vueltas al edificio, el enfermo muere. En Extremadura, aparece el Corteju de Genti de Muerti, que se compone de dos jinetes fantasmales que causan el pánico de madrugada en los pueblos, ya que quien los ve probablemente morirá. En Zamora está La Estadea, una mujer que vaga por los caminos y los cementerios. No tiene rostro y su olor recuerda a la humedad de los sepulcros. En León se conoce como La Hueste de Ánimas.
En algunas versiones de la leyenda, se dice que van exclamando «Andad de día que la noche es mía». Se cuenta el relato de una mujer que salió de su casa a por castañas pensando que ya era de día y un miembro de la procesión le dijo que era su padrino entonces ya muerto. Le tendió la mano dándole la vela encendida, ella la cogió, y al cabo de unos días enfermo y murió.
Hay fechas concretas en las que se dice que tiene más incidencia las apariciones de la Santa Compaña, como por ejemplo, la noche de Todos los Santos (entre el 1 y el 2 de noviembre) o la noche de San Juan (24 de junio).

Pero no todo está perdido si nos encontramos con esta procesión mortal. Además de trazar un círculo en el suelo o salir huyendo, hay otro método infalible para protegerse de la Santa Compaña. En Galicia son muy habituales los llamados cruceiros, las famosas cruces que todo peregrino que realiza el Camino de Santiago va encontrando a lo largo del itinerario hasta llegar a la tumba del Apóstol. El cruceiro es un elemento muy importante pues uno de los sentidos de este monumento es proteger a los peregrinos que, para su desgracia, se cruzan con esta macabra procesión de ánimas en su camino.