
Imagen: La boca del infierno, ilustración de un manuscrito alemán del siglo XV.
La demonología como ciencia que se dedica al estudio del diablo se estatuye de la mano de san Agustín. Con anterioridad, sorprende descubrir la discreción con la que Lucifer apareció en el discurso oficial de la Iglesia.
En el Antiguo Testamento apenas el demonio se dejó ver. Para los primeros hebreos Yahvé era un dios tribal. Los dioses de los pueblos vecinos eran sus enemigos, sus contrarios, por lo que no necesitaban otra representación del mal. Posteriormente esta religión primitiva se hizo monoteísta y fue entonces cuando Dios adquirió una omnipotencia y una omnipresencia que eclipsó al maligno.
La figura de Satanás se desarrolló a partir de las nuevas ideas que se adquirieron sobre la naturaleza divina. Yahvé se transformó en el señor del universo, autor de lo malo y de lo bueno, tal y como queda documentado en Isaías (45:7): «… yo modelo la luz y creo la tiniebla, yo hago la dicha y creo la desgracia, yo soy Yahveh, el que hago todo esto».
Poco a poco la conciencia religiosa fue cambiando y las acciones temibles y reprobadas de Dios se apartaron de las piadosas y benévolas, quedando las malas personificadas en el diablo.
En el prólogo al Libro de Job, Lucifer se mostró como un miembro más de la corte de Dios, que aplicaba sufrimientos a un hombre inocente.
El Libro de Enoch nos relata cómo los ángeles guiados por Semjaza y Azazel cayeron del cielo por haberse entregado a la lujuria con las hijas del hombre. De esta unión nacieron los gigantes, seres destructivos que extendieron la irreverencia y el sacrilegio por la tierra.
El diluvio sirvió para restaurar el orden y encadenar a los ángeles rebeldes en las tinieblas. Sin embargo, los gigantes sobrevivieron y engendraron a los espíritus del mal (I Enoch 15:11).
El diablo también se manifestó en el Nuevo Testamento, donde asistimos a otro enfrentamiento entre Dios y el mal. El fin que Satanás persiguió entonces fue el de oponerse a la nueva religión. Se convirtió en el antagonista de Jesucristo. Tentó a los cristianos para hacerse con su alma y su cuerpo. La humanidad pudo decantarse por vivir en el reino de Cristo o en el de Satanás.
A lo largo de la Historia, los teólogos más célebres intentaron dar respuesta a las cuestiones que sobre el diablo se plantearon y que hacían referencia a su naturaleza, poderes, corporeidad, aspecto, etc.
Los Padres de la Iglesia se
esforzaron por dar coherencia a las diversas tradiciones diabólicas surgidas de diferentes corrientes. En el siglo I de nuestra era, ya se relacionó al diablo explícitamente con la serpiente que aparecía en el Edén. También propagaron la idea del combate mítico como origen del universo.
Para Lactancio, Lucifer era el hermano menor de Cristo; en un momento determinado se volvió envidioso y de este modo los dos hijos de Dios encarnaron uno el bien y el otro el mal. Por ello el demonio era necesario para el hombre, ya que sin él no existiría el peligro ni la tentación.
Gregorio de Niza, seguido por Ambrosio, León y Gregorio el Grande, pensó que Satanás fue engañado por Dios quien le ofreció a Jesús a cambio de los hombres. Como Cristo triunfó sobre la muerte, el diablo se sintió burlado […]