Así eran las reuniones dominicales de los primeros cristianos, rito ahora denominado Misa:
«El día que se llama día del Sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo. Se leen las memorias de los apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como es posible. Cuando el lector ha terminado, el que preside toma
la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas.
Luego, nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros y por todos los demás donde quiera que estén, a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y en nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar así la salvación.
Cuando termina esta oración, nos besamos unos a otros.
Luego, lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y vino mezclados. El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y da gracias (en griego: eucharistiam) largamente porque hayamos sido
juzgados dignos de estos dones. Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias, todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén.
Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes pan, vino y agua ‘eucaristizados’ y los llevan a los ausentes».
(Tomado de las Apologiae, de San Justino Mártir, 100-165 d.C. )