La posesión diabólica es el disturbio más grave de los tres que pertenecen a la actividad maléfica extraordinaria de satanás. Consiste en una presencia del demonio en el cuerpo humano, hasta el punto de que sofoca la misma guía directiva de la persona, que se convierte así en instrumento ciego, dócil, fatalmente obediente a su poder perverso y despótico.
En esta situación se dice que el individuo está poseído, endemoniado, por ser instrumento y víctima de satanás; también energúmeno (del griego ‘evepyouuevos, part. pas de ‘evepyéw, hacer, obrar), porque manifiesta una agitación insólita y violenta. La persona poseída, como no es consciente, tampoco es moralmente responsable de las acciones que hace, por más injuriosas y perversas que sean.
En la posesión, pues, hay dos elementos: la presencia del demonio en el cuerpo del hombre y el ejercicio de un poder. Respecto de la presencia, el diablo como ser espiritual está en un lugar por medio del contacto operativo no cuantitativo (cfr S. th., 1, 8, 2, ad 1), por lo cual un individuo puede ser poseído por varios demonios, como también un solo demonio puede posesionarse de varias personas.
Respecto del ejercicio de este poder, no siempre se encuentra en el endemoniado una presencia operante de satanás; se suele hablar así de períodos de crisis, que generalmente surgen ante lo sagrado. Ciertamente satanás podría molestar continuamente: lo desearía, por el grandísimo odio que le tiene al hombre.
Fuente: Balducci, Corrado, “El diablo”.