
Los cementerios o camposantos son el lugar de reposo de los restos de nuestros seres queridos fallecidos. Pero también son umbrales, linderos de paso entre este mundo terrenal y el Más Allá o mundo espiritual. Ambos mundos confluyen en esos lugares y sólo quedan separados por un muy delgado velo.
Al margen de creencias religiosas, algunas tendencias espirituales se inclinan cada vez más por apoyar y recomendar la incineración de los cadáveres. Hay una fuerte razón energética para ello, basada en la creencia de que los objetos preferidos de la persona fallecida que sus deudos colocan en el ataúd son atacados por bajos astrales y entidades negativas, de la misma forma en que éstos atacan al alma mientras no se ha separado de sus restos mortales.
Esto incluye las ropas con las que se viste al cuerpo de la persona fallecida. Los brujos y magos oscuros que trabajan con las energías sutiles, pueden utilizar esos objetos para hacer magia negra contra personas vivas, sean o no familiares del difunto. Como asimismo pueden atrapar su espíritu para después utilizarlo en hechizos y maleficios de todo tipo.
Asimismo, y debido a que las vibraciones de la persona permanecen durante mucho tiempo en esos objetos y ropas, el cuerpo sutil, en vez de lograr el impulso hacia adelante que necesita para iniciar su tránsito hacia la Vida Superior, es atraído una y otra vez dentro del ataúd, debido al apego energético que el fallecido tenía hacia esos objetos; con lo cual su ascenso hacia planos superiores se ve retrasado y dificultado.
Por ello, antes de poner en el ataúd de un ser querido fallecido algo especial (joyas, adornos, etc.) y aunque se haga con la mejor de las intenciones, siempre será mucho mejor colocarle al difunto una medalla, una cruz o un rosario de san Benito, para que tanto el cuerpo del fallecido como su esencia sutil (espíritu), estén protegidos en todo momento contra esos ataques y no se queden atascados y apegados al plano terrenal.
(Fragmento de mi próximo libro «Protección contra ataques espirituales»).