La verdadera historia del doctor Fausto

Imagen idealizada de Joannes Faustus

Siendo el modelo del verdadero mago del centro de Europa, la leyenda nos ha legado este famoso personaje de origen germánico, que ha servido tantas veces de inspiración a escritores y músicos.

Las primeras leyendas sobre el doctor Fausto datan del siglo XVI. En dichas leyendas, este individuo de fábula es un ser diabólico, un mago o hechicero prodigioso, y la narración de su vida sirve de pretexto para moralizar al estilo antiguo y despertar entre el vulgo la alarma contra todo aquel que con aspecto de sabio se esforzaba por hallar una solución a los problemas naturales, siguiendo caminos distintos y prohibidos a los ya conocidos, o sintiese una curiosidad excesiva por conocer las causas y los fenómenos naturales.

Por eso el alquimista era el hombre que, para el vulgo, intentaba transformar los metales en oro, no mediante una serie de tanteos y pruebas, sino mediante la invocación del diablo.

Así nació la leyenda del doctor Fausto, bien conocida de todo el mundo, particularmente gracias a la inspiración del poeta inglés Marlowe, en 1589, y la del genial Goethe, en 1808, aunque éste, para su obra dramática, solamente tomó de tales leyendas una idea general, agregándole la bella Margarita y su hermano Valentín, de acuerdo con la versión musical del compositor Gounod.

Sin embargo, el auténtico doctor Fausto existió realmente en la Historia, mucho antes de las primeras leyendas que utilizaron su nombre, pues fue un personaje que dio mucho que hablar en su época, a finales del siglo XV y principios del XVI; y no tanto por hechicero y astrólogo, sino por haber obrado un prodigio que, como todo lo desconocido, fue considerado sospechosamente como una intervención diabólica, logrado por artes hechiceriles.

Psalterium Benedictinum, 1459

La cosa empezó cuando el alemán Johann Georg Faust se presentó en París dispuesto a triunfar con su magno secreto. Así, empezó por regalarle a Luis XI una Biblia perfectamente manuscrita, que fue el asombro de toda la Corte. Luego, le pidió permiso al monarca para copiar y vender libros en París, a lo que el Rey accedió con agrado, pues jamás había visto un copista tan pulcro y detallista.

Faust empezó a vender Biblias y más Biblias copiadas por él, mas a precios sumamente bajos, con lo que cada vez acudían a él más clientes; sin embargo, Faust siempre atendía todas las peticiones, lo que asombraba y preocupaba a la gente sencilla, e incluso a los más encumbrados, puesto que era imposible que un copista pudiese trabajar a un ritmo tan veloz y, al mismo tiempo, realizar sus trabajos de forma tan perfecta y meritoria.

Los copistas fueron los primeros en angustiarse, y las sospechas llegaron a los copistas de los monasterios, los cuales exigieron la intervención de la justicia, que ordenó una investigación respecto a las Biblias copiadas por el doctor Faust.

El tribunal nombró un jurado de clérigos copistas para que inspeccionaran los libros copiados, y entonces cayeron en la cuenta de que todos los caracteres eran idénticos, la tinta uniforme, y todas las páginas correspondientes a cada libro eran exactamente iguales, sin las diferencias que el pulso y la cantidad de tinta siempre dejaban visibles de una u otra forma. Además, estaba la cuestión del tiempo, pues era como si el doctor Faust poseyera miles de manos. ¡Ah, allí había algo de mágico, un toque de hechicería, sin duda alguna! Y en aquella época de supersticiones y de tan crasa ignorancia, la idea de algo diabólico sólo podía conducir a la hoguera.

Sí, Johamm Faust fue condenado a la hoguera. Pero no fue quemado, pues alguien le ayudó a evadirse cuando fueron en su busca a su celda para cumplir la sentencia en la plaza de la Grève (donde siglos más tarde se levantaría la guillotina). Esta evasión contribuyó a dar más verosimilitud a las sospechas de hechicería atribuidas al doctor Faust.

Guttemberg, Faust y Schoffeer, los inventores de la imprenta

Se ignora quién fue su libertador, pero el caso es que consiguió llegar a Alemania, al lado de su amigo Gutemberg, inventor de la imprenta, y de su cuñado Schoeffer, con el que se dedicó a perfeccionar aquel invento, que a punto estuvo de costarle la vida en Francia.

Sin embargo, también en sus tierras de Maguncia fue perseguido con saña, pues tanto el taller de Gutemberg como el de Schoeffer y Faust fueron asaltados por turbas fanáticas, que en aquel invento veían la mano demoníaca.

Por eso no es extraño que, teniendo como base esta historia, naciesen las leyendas del doctor Fausto. Una de ellas afirma que el pobre hombre tuvo que caminar errante por Alemania, tras vender su alma al diablo a cambio de los conocimientos que éste le entregó, y también se dice que al final pagó la deuda, y que se encontraron las paredes de su aposento tintas en sangre, donde el demonio lo había estrellado, arrojando su cuerpo a muchos metros de la mansión. Unos es- tudiantes lo sepultaron y taparon la negra fosa con una losa, sin inscripción ni cruz.

Asegura la leyenda que en la casa donde murió Faust se oían a partir de entonces ruidos extraños y arrastrar de cadenas, y la moraleja de todas estas leyendas es siempre la misma: de este modo terminan aquellos que, abandonando la fe cristiana, se amparan en el demonio para conseguir sus ambiciones.

Resulta increíble hoy día que alguien pudiese dar crédito a tan descomunales consejas; mas en aquellos tiempos en que el vulgo y aun los personajes de más viso, monarcas incluidos, estaban imbuidos por la creencia en el diablo y en su ejército de seres maléficos, cuyo único fin era el de apoderarse de las almas de los pobres seres humanos, la cosa no era tan descabellada… y así proliferaron tanto las hogueras alimentadas con carne humana.

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