Uno de los entes que, erróneamente, hemos convenido en llamar ‘demonios’, me dijo que ellos sólo cumplen con la misión que les ha sido encomendada.
Me reiteró que hay otros seres más malos que ellos. Por ejemplo, los humanos. Y me insistió en que abramos los ojos ante una realidad en la que muchos no creen o sencillamente se niegan a aceptar: Muchísimo más crueles que los demonios o los humanos, existen otros seres, físicamente reales, perversos y malignos hasta extremos inconcebibles para las mentes racionales.
Seres que desde hace miles de años están aquí en la Tierra, que antaño nos dominaron bajo la apariencia de dioses y que, entonces y ahora, nos exigen sacrificios y se alimentan de nosotros, en especial de nuestros hijos.
Esos seres son miles de veces más malignos, sanguinarios y negativos que los ‘demonios’ asimilados por el judeo-cristianismo con los ángeles caídos y que no tienen ni cuernos, ni rabo ni pezuñas como se nos ha hecho creer.