Ayudar o perjudicar al muerto

El tema de la comunicación con los que se fueron siempre ha sido engorroso. Por una parte, tenemos a los que niegan su posibilidad y dicen que las susodichas comunicaciones son o un fraude, o una ilusión, o un gesto de credulidad; por otra parte están los que admiten la posibilidad del tráfico con los muertos, pero lo llaman necromancia y lo condenan sin paliativos. Mientras tanto, los que han perdido a sus seres queridos pueden recurrir cada vez en mayor número a los médiums que actúan, o dicen actuar, como teléfonos psíquicos entre este mundo y el venidero.

Los que gozan de amplia experiencia en la materia coinciden en que si bien la comunicación con los muertos no debe condenarse en términos generales, sí se requiere una aproximación cautelosa, y en condiciones escogidas cuidadosamente, ya que el estado de dolor extremo y de trastorno emocional desesperado no es ciertamente la condición ideal para dicha aproximación.

A veces, el estado mental de los afectados es tal que es aconsejable que los muertos regresen para proporcionar la seguridad deseada; pero esto constituye un acto de sacrificio por parte de estos últimos, y posiblemente nada puede ser peor para el alma que se aleja que el que se le reclame repetidas veces para que se comunique con los que deja atrás. Sujetar al alma a la vida física de esta manera es un acto de gran egoísmo, aunque sin duda no sea intencionado; trastorna a quien ha entrado en la luz, y le impide adaptarse a sus nuevas condiciones. Es como si una madre afectuosa metiese a su hijo en un internado, y luego le reclamase permanentemente, llorando su soledad y lamentando la pérdida. ¿Cuál sería el estado mental de un niño que recibiera semejante trato? No obtendría ningún placer de sus nuevos compañeros ni de los deportes, y no sacaría ningún provecho de sus lecciones.

Nosotros, si persistimos en reclamar a los que se han ido a través de la instrumentalidad del médium, estamos actuando con la misma insensatez y egoísmo que esa madre alocada.

Tan pronto como termina esta vida, comienza la próxima, y los muertos tienen su propia tarea que realizar. Debemos contentarnos con dejarles que lo hagan libremente y a su manera, al igual que una mujer, por muy amorosa y amada que sea, debe contentarse dejando que su marido y su hijo salgan a realizar su trabajo en el mundo.

(Fragmento del libro «A través de las puertas de la muerte», de Dion Fortune).

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