Acaba de fallecer el célebre poeta y cantautor canadiense Leonard Cohen (Westmount, Montreal, 1934), que a los 82 años era considerado por sus seguidores como “uno de los visionarios más venerados y prolíficos de la música”. Si algo destacaba en la producción artística de Cohen, más allá de la calidad de la música y de la peculiaridad de su voz, era la profundidad de muchas de sus letras, algo que coincide con el tono de la poesía que salió de sus manos: era frecuente que abordara asuntos existenciales o espirituales.
Hallelujah
Una de sus piezas más conocidas, interpretadas y versionadas –por más de 200 artistas en diversos idiomas– es Hallelujah, de 1984. Una palabra hebrea que se hizo universal mucho antes de que el artista canadiense le pusiera una música tan difundida hoy en día. Se trata, ella sola, de una oración, ya que su traducción literal es “alabad a Dios (Yahvé)”. Del judaísmo pasó a la fe cristiana, que la ha empleado siempre en su versión latina (alleluia) o, en nuestro caso, castellana (aleluya).
El estribillo consiste en la palabra cantada cuatro veces, y las estrofas van desgranando el canto del rey David –a quien la tradición bíblica atribuye la composición de los salmos– al Señor, con reminiscencias sálmicas que pueden verse en las referencias a las notas musicales. No hay que olvidar que algunos de los salmos incluyen el término “aleluya”, e incluso los expertos llaman a algunos “salmos aleluyáticos”, al condensar la alabanza y la acción de gracias a Dios.
Tras hablar de David y de su faceta musical, Cohen se refiere a la fe del monarca judío y a un enamoramiento, que no es otro que el gran pecado que supuso hacer morir al general de su ejército Urías, el hitita, para poder quedarse con su esposa, Betsabé. La canción concluye así: “Permaneceré ante el Señor de la canción sin nada más en mi lengua que el aleluya”. Cabe recordar que precisamente lo que compuso el rey David tras arrepentirse de este pecado fue el conocido salmo “Miserere” (50 ó 51 según la numeración que se use).
Otra “historia de amor” del Antiguo Testamento que parece asomar entre las estrofas de Hallelujah es la de Sansón, juez del pueblo de Israel que perdió su fuerza cuando Dalila le cortó su larga cabellera, donde residía la promesa que le había hecho Dios. En una página de Internet que traduce la letra de la canción, la persona encargada dice lo siguiente, que resume muy bien la experiencia de otras muchas personas: “No soy nada religioso, pero reconozco que esta canción es de lo más bonito que he oído en mucho tiempo”.
(Extracto de un artículo de Luis Santamaría en Aleteia.org)