Los médiums que utilizan mal sus dones están en riesgo de ser poseídos por espíritus malignos

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En estos últimos tiempos, miles de personas en todo el mundo -y Chile no es una excepción- afirman ser canalizadores (channelers), médiums o psíquicos, sin contar siquiera con los mínimos conocimientos y sin tener apenas experiencia, presumiendo de sus ‘dones’ o ‘cualidades’ de una manera tan alegre como irresponsable y alarmante, por las implicaciones negativas y peligrosas que esta actividad conlleva, si no se tienen bases muy sólidas de conocimientos y estudios.

En Chile como en otros muchos países, es notable el interés existente por todo lo que representa lo sobrenatural. Dentro de este ámbito, la posibilidad de comunicarse con los espíritus llama mucho la atención, y por esto mismo hay personas que se aprovechan de esta curiosidad o necesidad, no para ayudar realmente a quien necesita saber cómo están sus seres queridos que ya partieron, sino con evidentes intereses egoístas y para obtener lucro económico.

La primera advertencia que debemos hacer, y que ciertos/as «médiums» pretenden ignorar o bien dejan a un lado, es que las capacidades de mediumnidad no se desarrollan espontáneamente en la persona. En el aspecto positivo, las menos, son fruto y resultado de muchos años de estudios y experiencias. En el aspecto negativo, las más, tales cualidades o dones se consiguen con la ayuda de los espíritus impuros, y por eso son muy peligrosas y dañinas. Es cierto también que los espíritus malignos no advierten de su presencia para no asustar al neófito y se presentan o bien como inofensivos espíritus vagabundos o también, utilizando términos y palabras comunes entre los seguidores de la Nueva Era, como «energía no-física impersonal expandida en el universo y presente, aunque en forma oculta, dentro de la persona misma».

No hay duda de que entre los espiritistas, los canalizadores y los médiums existen muchos charlatanes y aprovechados. Sin embargo, existen también profesionales honestos, que se comunican realmente con seres extra-terrenales y que reciben de ellos conocimientos y capacidades que son inaccesibles para las personas comunes.

La gran mayoría de las personas que frívola e irresponsablemente se autocalifican de ‘canalizadores’ o ‘médiums’, no tienen siquiera idea de la perfidia y la peligrosidad de aquellos espíritus a quienes ellos/as se entregan con tanta confianza. No son almas inofensivas, vagabundas, ni tampoco son las fuerzas impersonales de la naturaleza. Al contrario, según el testimonio de muchos médiums y chamanes profesionales, los espíritus que se comunicaron con ellos los engañaban conscientemente. Fingían ser bondadosos para apoderarse de los médiums y hacerles daño. Así, por citar sólo un ejemplo, Satprem, el discípulo del ocultista y maestro hindú Sri Aurobindo, escribe: «Todos los ocultistas saben que los espíritus están en condiciones de tomar cualquier forma que se les ocurra». (Satprem, «Sri Aurobindo or the Adventure of Consciousness,» New York, Harper and Row, 1974).

Robert Monroe describe brillantemente lo que le ocurrió cuando en uno de sus viajes «astrales» fue víctima de un ataque insolente y obstinado de los espíritus malignos. En el momento más decisivo de la lucha, dos de esos espíritus tomaron el aspecto de las dos hijas muy queridas del atacado. Lo hicieron de una manera tan repentina e insólita, que Robert perdió por un instante la capacidad de resistencia, lo que casi le costó la vida. (Robert Monroe, «Journeys out of the Body» Garden City, NY, Anchor Books, 1973).

El reconocido médium Emmanuel Swedenborg, que se consagró a la evocación de los espíritus y que fue considerado por muchos como un serio especialista en las temáticas del ocultismo, atestigua que una buena parte de los espíritus con los que se comunican los espiritistas y los médiums son hasta tal punto astutos y mentirosos, que a una persona que tiene contacto con ellos le es imposible determinar su verdadera personalidad y sus fines. Estos espíritus son unos excelentes actores, que se ponen máscaras de los espíritus de los muertos. Swedenborg pone en guardia a los ocultistas neófitos recomendándoles lo siguiente: «Cuando estos espíritus les dicen algo, ustedes no deben creerles nada, porque ellos inventan todo y siempre mienten. Y lo hacen con tanto aplomo e insolencia que la persona se desconcierta. Y si esa persona les cree algo de lo que le han dicho, entonces ellos con el extremo cinismo inventan otras patrañas confundiéndolos del todo. Por eso deben ustedes cuidarse de esos espíritus y no creerles ni una gota». (E. Swedenborg, «The True Christian Religion,» New York, E.P. Dutton, 1936).

Si esos espíritus -de los que nos hablan expertos ocultistas en sus obras- mienten, es evidente que dichos espíritus no son ángeles buenos ni servidores de Dios, ni las almas de nuestros seres queridos fallecidos. ¿Qué son entonces? Lo más probable es que sean espíritus subordinados a la voluntad de aquél, a quien Cristo llamó «mentiroso y el padre de la mentira», es decir, el diablo (Juan 8:44). Consecuentemente, los canalizadores y los médiums, confiándose en los espíritus del más allá, ponen en gran peligro a los demás y también a sí mismos. Es difícil entender cómo  gente que jamás confiaría en un desconocido, entrega ingenuamente su confianza a personas que dicen tener la capacidad de comunicarse o de recibir mensajes de unos espíritus o seres del más allá, que han dado suficientes pruebas de ser mentirosos y cuya naturaleza real tales ‘canalizadores’ ingenuos, ignorantes o irresponsables desconocen.

El mediumnismo realizado sin una buena base espiritual, sin tener el conocimiento y la fuerza necesaria que otorgan una fe sincera y una firme creencia en Dios, lleva en la gran mayoría de las ocasiones a la persona que lo practica, a contactarse con espíritus malignos o perversos. Aunque al principio, esta actividad ayude a quien la practica con fines egoístas a conseguir éxito y fama, y dé la sensación de que ante la persona se abren perspectivas y posibilidades ilimitadas, en última instancia ese o esa ‘médium’ terminarán pagando caro por los efímeros y temporales favores recibidos de parte de esos espíritus del mal.

Allan Kardec, el fundador del espiritismo, lo explica muy claro cuando dice: «Dejando a un lado la facultad, la potencia del médium para atraer a los buenos espíritus y rechazar a los malos, está en razón de su superioridad moral; ésta es proporcional a la suma de cualidades que constituyen el hombre de bien. De este modo se concilia la simpatía de los buenos y ejerce ascendiente sobre los malos.

Por la misma razón, aproximándole a la naturaleza de los malos espíritus, la suma de imperfecciones morales del médium le quita la influencia necesaria para alejarlos; en vez de ser él quien se impone a ellos, son ellos los que se imponen a él.

Para imponerse a los médiums, los malos espíritus saben explotar, hábilmente, todas las imperfecciones morales, y la que les es más propicia es el orgullo, y por esto es el sentimiento que domina en el mayor número de médiums obsesados y sobre todo en los que están fascinados.

El orgullo les hace creer en su infalibilidad y rechazar las advertencias. Desgraciadamente, este sentimiento es excitado por los elogios de que son objeto los médiums. Cuando tienen una facultad algo notable, se les busca, se les adula y acaban por creer en su importancia, juzgándose indispensables, lo cual les pierde.

De aquí resulta que los médiums imperfectos moralmente, y que no se enmiendan, son, tarde o temprano, presa de malos espíritus, que a menudo los conducen a su ruina y a las mayores desgracias incluso en este mundo. En cuanto a su facultad, de bella que era y que hubiera continuado siendo, se pervierte al principio por el abandono de los buenos espíritus y concluye por extinguirse.

«Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?»  (Mat. 16:26).

 

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