
En la epístola de Pablo a los Hebreos, leemos estos extraños párrafos (7: 1-8 y sig.):
«1 Se sabe que Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, salió al encuentro de Abrahán cuando volvía de derrotar a los reyes; bendijo a Abrahán
2 y Abrahán le dio la décima parte de todo el botín. El nombre de Melquisedec significa «rey de justicia», y además era rey de Salem, o sea, «rey de paz».
3 No se mencionan ni su padre ni su madre; aparece sin antepasados. Tampoco se encuentra el principio ni el fin de su vida. Aquí tienen, pues, la figura del Hijo de Dios, el sacerdote que permanece para siempre.
4 ¡Imagínense quién puede ser este hombre al que nuestro antepasado Abrahán entrega la décima parte del botín!
5 Solamente los sacerdotes de la tribu de Leví están facultados por la Ley para cobrar el diezmo de manos del pueblo, es decir, de sus hermanos de la misma raza de Abrahán.
6 Y aquí Melquisedec, que no tiene nada que ver con los hijos de Leví, cobra de Abrahán el diezmo y después bendice a Abrahán, el hombre de las promesas de Dios;
7 pero no cabe duda que corresponde al superior bendecir al inferior.
8 En el primer caso, los hijos de Leví que cobran el diezmo son hombres que mueren; en cambio, Melquisedec es presentado como el que vive».
Intrigante, ¿verdad? ¿Qué opinan ustedes?
Imagen: Pintura representando a Melquisedec, de Jaume Huguet, en la iglesia de Santa María de Ripoll, Barcelona.