En el prólogo al Libro de Job, Lucifer se muestra como un miembro más de la corte de Dios, que autoriza o permite que se apliquen sufrimientos a un hombre inocente.
El Libro de Enoch relata cómo los ángeles guiados por Semjaza y Azazel cayeron del cielo por haberse entregado a la lujuria con las hijas del hombre. De esta unión nacieron los gigantes, seres destructivos que extendieron la irreverencia y el sacrilegio por la tierra.
El diluvio sirvió para restaurar el orden y encadenar a los ángeles rebeldes en las tinieblas. Sin embargo, los gigantes sobrevivieron y engendraron a los espíritus del mal (I Enoch 15:11).
En el siglo I de nuestra era, ya se relacionó al diablo explícitamente
con la serpiente que aparecía en el Edén.
Para Lactancio (considerado después un hereje), Lucifer era el hermano menor de Cristo; en un momento determinado se volvió envidioso y de este modo, los dos hijos de Dios encarnaron uno el bien y el otro el mal.
Gregorio de Nisa, Ambrosio, León y Gregorio el Grande, pensaron que Satanás fue engañado por Dios, quien le ofreció a Jesús a cambio de los hombres. Como Cristo triunfó sobre la muerte, el diablo se sintió burlado y desde entonces se dedicó a vengarse de los humanos, tentándoles e induciéndoles a alejarse de Dios.
(Parte de una de las lecciones de nuestro curso de Demonología y Exorcismos).