Hasta ahora, han pretendido hacernos creer que el nombre bíblico del primer hombre, Adán, es una palabra hebrea cuyo significado proviene o bien de adôm (rojo, por el color de la tierra con que fue formado) o bien de adâna, (montón de tierra, tierra de cultivo).
Pocos han ido a investigar más atrás en el tiempo. Y si lo han hecho, no se han atrevido a revelar lo descubierto, tratando de mantenerlo en el más absoluto de los secretos.
Así, hasta ahora nadie ha dicho con claridad que en la antiquísima lengua sumeria existe este término, A-Dán, el cual tiene varios significados: 1.- «el ganado, los animales, los rebaños» y 2.- «la recogida, preparación, instalación o colonización» y asimismo en su forma verbal significa también «infligir» (causar un daño, imponer un castigo o una pena).
Así pues, en la lengua más antigua que existe, A-Dán se utilizó para designar a las personas, que son «ganado, animales recogidos, establecidos, instalados o colonizados, infligidos».
En el lenguaje acadio, la equivalencia de A-Dán es Nammassû. Si se traduce fonéticamente al sumerio, nam-mas-sû, la palabra significa literalmente «parte media, dependiente, sujeto, sometido.»
¿Hacen falta más explicaciones para que nos demos cuenta de que en realidad los seres humanos somos (hemos sido desde siempre) unos esclavos de los «dioses», sometidos a ellos, creados o colonizados por ellos y asimismo destinados a ser su alimento, su «ganado», como tan bien lo ha descrito el maestro Salvador Freixedo en sus obras?