Cómo pactaban las brujas con el diablo, según se narra en el Compendium Maleficarum

Presentación.- Francesco Maria Guazzo, también conocido como Guaccio o Guaccius, fue un sacerdote italiano. Ejerció en Milán y escribió el Compendium Maleficarum, editado en 1608. Este fue un tratado de demonología en tres libros en donde hizo referencia a expertos en la materia incluyendo a Nicolas Rémy. Este extraordinario documento, considerado uno de los más importantes manuales jamás recopilados sobre brujería, ofrece una sorprendente visión del pensamiento de principios del siglo XVII y de los intentos de la sociedad para combatir los males que veía manifestarse en la brujería.

COMPENDIUM MALEFICARUM

Capítulo VI

Sobre el Pacto de las Brujas con el Diablo.

El pacto formado entre una bruja y el diablo puede ser bien expreso o tácito. El pacto expreso consiste en un solemne voto de fidelidad y tributo hecho, en presencia de testigos, al diablo presente de forma visible en alguna forma corporal. El pacto tácito comporta la oferta de petición escrita al diablo, y puede hacerse por poderes mediante una bruja o una tercera persona cuando la parte contratante tiene miedo de ver o de parlamentar con el diablo. Grilland llama a esto pacto tácito, cuando pese a estar hecho con otra persona distinta al diablo, se hace expresamente en nombre del diablo, como queda claro por los ejemplos que da. Quizás debamos clasificar como un pacto expreso ese raro ejemplo de una mujer alemana que saltando hacia atrás de su baño, dijo «Tan lejos como así me alejo de Cristo, tanto me pueda acercar al diablo». Pero hay ciertos aspectos comunes a todos los pactos con el diablo y estos pueden ser clasificados bajo once encabezados.

Primero, que niegan de la Fe Cristiana y reniegan de su lealtad hacia Dios. Repudian la protección de la Bendita Virgen María, colmándola de los más viles insultos y llamándola Ramera, etc. Y el diablo se atribuye honores a sí mismo, como anota S. Agustín (contra Faustinum, cap. 22).Por ello S. Hippolytus el Mártir escribe que el diablo les obliga a decir: «Reniego al Creador del Cielo y de la tierra. Reniego de mi bautismo. Reniego de la adoración que anteriormente porté a Dios. Rompo con ellos, y en esto creo.» El diablo entonces coloca su garra sobre frente, un signo que borra el Santo Crisma y destruye la marca de su Bautismo.

Segundo, los baña en un nuevo bautismo mofoso [N.del TLI: de mofa,con burla y escarnio].

Tercero, abjuran de su antiguo nombre y se les da uno nuevo; como por ejemplo, della Rovere de Cuneo fue llamado Barbicapra.

Cuarto, les hace renegar de sus padrinos y de sus madrinas, de ambos su bautismo y su confirmación, y les asigna otros nuevos.

Quinto, le dan al diablo alguna prenda de vestir. Porque el diablo ansía hacerlos suyos en cada aspecto: de sus bienes espirituales se apropia de su Fe y de su Bautismo; de sus bienes corporales reclama su sangre, como en los sacrificios a Baal; de sus bienes naturales reclama a sus hijos, como mostraremos más tarde; y de sus bienes adquiridos reclama una prenda de vestir.

Sexto, juran lealtad al diablo dentro de un círculo dibujado en el suelo. Quizás porque el círculo es el símbolo de la divinidad, y la tierra es el pedestal de Dios; y de esta manera les intenta persuadir que es el Dios del cielo y de la tierra.

Séptimo, rezan al diablo para que los borre del libro de la vida, y los inscriba en el libro de la muerte. De esta manera podemos leer en un libro negro los nombres de las brujas de Avignon.

Octavo, prometen hacerle sacrificios: y algunas brujas endemoniadas, como cuenta Bartolomeo Spina, hacen voto de estrangular o de asfixiar por él un infante cada mes o cada dos semanas (De strigibus, II)

Noveno, deben cada año hacer algún regalo a los demonios sus amos para evitar ser golpeados por ellos, o para conseguir quedar exentos de algunas de las empresas que les reclaman por parecerles repugnantes; como afirma Nicolas Remy, estos regalos son únicamente legítimos cuando son de color completamente negro (Demonol. I, II).

Décimo, coloca su marca sobre una parte u otra de sus cuerpos, como se señala a los esclavos fugitivos; y este marcado es a veces indoloro y a veces doloroso como nos enseñan los ejemplos de ello. Sin embargo, no los señala a todos, sino sólo a aquellos que piensa que se mostraran inconstantes. Y la marca no tiene siempre la misma descripción; porque a veces es como la huella de una liebre, a veces como la de un sapo o la de una araña o la de un lirón. Tampoco los marca siempre en un mismo lugar: en los hombres generalmente se encuentra sobre el párpado, o en la axila o los labios o el hombro o el trasero; mientras que en las mujeres generalmente se encuentra sobre los pechos o sus partes íntimas, como ha sido observado por Lambert Daneau y por Bodin y por Gödelmann. Y tal como Dios en el Antiguo Testamento marcaba a los Suyos con la señal de la circuncisión, y en el Nuevo Testamento con la señal de la Santa Cruz que reemplazó a la circuncisión, según S. Gregorio Nazianzo y S. Jerónimo; también el diablo, que adora imitar a Dios, ha desde la misma infancia de la Iglesia marcado herejes implicados en brujería con cierto signo, como nos lo enseña Irenaeus, I, 24, y Tertuliano, de praescript. Aduers. Haeret., post medium.

Undécimo. cuando han sido marcados de esta manera hacen muchos votos: como nunca adorar la Eucaristía: que de ambos de palabra y de hecho colmarán de insultos y envilecimientos a la Bendita Virgen María y a los demás Santos; que pisotearán y profanarán y romperán todas las Reliquias y las imágenes de los Santos; que se abstendrán de usar la señal de la Cruz, Agua Bendita, sal bendecida y pan y otras cosas consagradas por la Iglesia: que nunca harán completa confesión de sus pecados a un sacerdote; que mantendrán un obstinado silencio sobre su pacto con el diablo, y que en algunos días señalados volarán, si pueden hacerlo, a los Aquelarres de los brujos y tomarán con celo parte en sus actividades, y finalmente que reclutarán a todos los que puedan al servicio del diablo. Y el diablo a su vez promete que siempre estará a su lado, y que colmará sus oraciones en este mundo y les dará la felicidad después de la muerte.

Ha de saberse que, como señala Remy (I. 13), es una regla inviolable entre las brujas que, cuando muchas de ellas se hallan juntas con el propósito de hacerle el mal a alguien, y a través de la voluntad de Dios sus planes no fructifican porque, quizás, aquel al que desean hacer daño se encomienda a Dios a diario en sus plegarías, y se defiende de sus obras demoniacas con Agua Bendita y con el Sacramento; que han de establecer entre ellas cual de ellas deberá padecer el mal, para así poder cumplir el pacto, que establece que, si intentan lanzar un infortunio sobre alguien y fracasan, ha de recaer sobre ellas. Porque el diablo no tolera que los mandatos que les ha impuesto no culminen en nada. Y aquella que es elegida ha de padecer el mal de todas. El diablo impuso esta condición en el caso de Catherine Praevotte en la ciudad de Freising. Esta mujer deseaba envenenar a la única hija de su vecino Michael Cocus, y lo intentó a menudo pero en vano (porque su madre la protegía a diario con oraciones y purificaciones contra los males de la brujería): y al final el diablo la acusó repetidamente de privarle de su presa, y finalmente la desdichada mujer fue obligada a envenenar a su propio hijo Odilo, un infante en su cuna.

Pero volviendo a nuestra argumentación: la forma de pactar entre el diablo y las brujas y el voto de servicio y lealtad parecen ser predispuestas por alguna afinidad hacia la maldad entre el diablo y las brujas, que da lugar a una familiaridad próxima a la amistad, y de esta manera a un creciente sentimiento de confianza: y esto engendra en la parte más débil una cierta presunción y audacia en sus peticiones a la más fuerte, y en la más fuerte cierto placer en realizar las peticiones de sus asociados. Y entonces ocurre que la bruja confía en el diablo, creyendo que puede ordenarle, y el diablo finge admitir su poder. Esto ha sido ampliamente demostrado por el Abad Trithemius: (Questionum. VIII, 5). «Estos pactos con el diablo son habitualmente vanos y vacíos: porque el diablo nunca cumple su palabra, ni se considera ligado por promesa alguna, quien se atrevió a desafiar a Cristo cuando dijo, «Todas estas cosas te daré si prosternándote me adoras»» (S. Mateo iv).

Prometió al brujo Cipriano que gozaría de Justina, y sin embargo no cumplió su palabra: porque ES EL COLMO DE LA LOCURA ESPERAR LA VERDAD DEL PADRE DE LA MENTIRA (véase Origen, contra Celsum, Lib. 8). Pero estos pactos con el diablo no son sólo vanos e inútiles; sino también peligrosos y perniciosos sin medida, como demostraré con los dos próximos ejemplos, y mediante otros muchos donde procedan. […]

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