
El don de hablar en lenguas es un don espiritual. Significa hablar con palabras o en un idioma que uno mismo no sabe, con el fin de edificarse tanto a sí mismo como a los demás. Jesús dijo de antemano que se iba hablar en lenguas: “Y estas señales seguirán a los que creen: hablarán nuevas lenguas…» (Marcos 16:17).
La primera vez que se habló en lenguas fue en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo llenó a los apóstoles, como se relata en Hechos 2:1-12. Los apóstoles predicaron el evangelio a las multitudes en Jerusalén, y lo que dijeron se entendió por la gente que hablaba muchos otros idiomas: “Les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.” (Hechos 2:11).
Esto era claramente el don de lenguas: que todos los presentes, incluso extranjeros que hablaban otros idiomas, entendieran lo que se decía.
Así pues, emitir sonidos o farfulleos que no son propios del lenguaje, ininteligibles o balbuceantes, es una expresión que no se puede identificar con la oración a Dios.
Nuestro Padre celestial ya sabe lo que necesitamos antes de pensar en orar al respecto; por lo tanto, no necesitamos orar o adorar de una manera lingüística e ininteligible no terrenal (Mateo 6:8).
“Lenguas” es una mala e incorrecta traducción de la palabra griega γλῶσσα. La palabra se refiere al órgano de la lengua o lenguas humanas habladas, entendidas por otros grupos de personas en la Tierra, es decir, a los idiomas.
Por ello, las referencias tanto en Hechos como en 1 Corintios 12-14 se refieren, no a un fenómeno privado de oración, sino a un don de idiomas que involucra a lenguajes humanos terrenales.
Por lo tanto, este fenómeno no puede justificarse actualmente entre quienes defienden o dicen «hablar en lenguas».
Las Escrituras enseñan claramente que existió un don milagroso de idiomas durante la etapa fundamental y apostólica de la iglesia del Nuevo Testamento. Ésta fue la habilidad milagrosa para hablar un idioma no aprendido que otros conocen en la tierra con el propósito de exaltar a Cristo y edificar a otros.
Este fue un don crítico para sentar las bases de la iglesia y, como tal, ha cesado. Ya no existe hoy día. Tuvo su explicación y su justificación en ese importante momento histórico, pero ya no la tiene.
Por lo tanto, los fenómenos que se producen en algunos cultos evangélicos (especialmente los pentecostales), y también en ciertos grupos de la llamada Renovación Carismática, no pueden justificarse a partir de las Escrituras.
Dicho de manera más clara: los fenómenos y manifestaciones actuales entre los que se incluye el «don de lenguas», como el denominado «avivamiento», que se producen en ambientes y situaciones propicios a crear hipnosis de masas, sugestión grupal, histerismo colectivo, etc., son cualquier cosa menos manifestaciones reales del Espíritu Santo.
Como he dicho y escrito muchas veces, el Maligno es insidioso y muy astuto. «Y no es de extrañar, pues aun Satanás se disfraza como ángel de luz». (2 Corintios 11:14).