
Hace unos años, publicamos el reportaje «Dos mujeres que expulsan al diablo», en nuestro blog.
En esa ocasión, no dije que conocí a la señora Rosa, hace ya un buen tiempo. De hecho, ésta es la primera vez que lo pongo por escrito. Fue un muy breve encuentro en la iglesia de Santa María de la Concepción, en Roma. Verla de nuevo en ese reportaje de la periodista Irene Hernández, publicado en su día en la edición digital del diario español El Mundo, hizo que volvieran a mi mente un cúmulo de gratos recuerdos. Mis bendiciones y mejores deseos para ella y para su compañera Cristina; ambas hacen un trabajo impagable.
Allí, en esa iglesia romana, tuve también la ocasión y la fortuna de conocer, saludar y platicar por casi media hora con el padre Gabrielle Amorth, el que fuera exorcista oficial del Vaticano. Fue un encuentro sorpresivo, imprevisto y emocionante. Nunca he hecho pública esa experiencia inolvidable; quizás algún día lo haga.
En los años transcurridos tras publicar el reportaje, mi esposa y yo hemos atendido en nuestro consultorio varios centenares de casos -nunca los hemos contado uno por uno, pero pueden ustedes estar seguros de que son experiencias que dan para escribir varios libros- de personas afectadas por un contagio, una perturbación, una obsesión o (los menos, afortunadamente) una auténtica posesión.
No hablo aquí de «posesiones demoníacas», casos contados en los que es necesario el ritual del exorcismo como los que lleva a cabo a diario el padre Amorth, y con todo lo que esta palabra conlleva y significa: ritual de oración para expulsar a un espíritu maligno del cuerpo de una persona. Sí hablo de casos en los que las personas estaban afectadas por la negativa influencia de un mal espíritu, y en esta negatividad incluimos a los desencarnados negativos, los bajos astrales, las carcasas energéticas, los desencarnados o las almas perdidas.
Estas personas necesitaban sobre todo, además de oraciones, un ritual específico que denominamos Caridad Espiritual, y que resumido en unas pocas palabras, implica hacer entrar en razón al espíritu que contagia u obsesiona al afectado o afectada, hacerle ver que no está donde le corresponde estar, y ayudarle a seguir su camino hacia la Luz.
No es una «expulsión» propiamente dicha. Pero para no complicar excesivamente las cosas, lo llamamos también «exorcismo», aunque haya personas que por incultura, falta de información o sencillamente por ganas de provocar o crear polémica, siempre quieran buscarle tres pies al gato.
Hacemos caso omiso de esas opiniones o críticas infundadas. Por sanidad mental, hemos comprobado que es lo mejor.
Nuestro trabajo, nuestra misión, es seguir haciendo lo mejor posible lo que hacemos: ayudar a los vivos y ayudar a los ya fallecidos, los desencarnados, los espíritus errantes y perdidos y también los que han sido enviados por artes maléficas o por rituales de magia negra a perturbar y dañar a determinada persona, matrimonio, familia, y también en muchos casos, a infestar una casa o una vivienda. En estos últimos casos, es imprescindible una bendición y un exorcismo, tanto de la casa o negocio como de todos los que en ella habitan o trabajan.