
Los libros sobre verdadero ocultismo son, en general, cosas muy inútiles; porque los que están en posesión de conocimientos ocultos no los requerirán; mientras que aquellos que no tienen tal conocimiento no los entenderán; tampoco recibirán mucho beneficio de tal literatura; porque el verdadero conocimiento espiritual debe encontrarse dentro de la propia alma; no se puede aprender de los libros. El científico, racionalista y filósofo especulativo se ocupa sólo, por así decirlo, de los candelabros que llevan las velas de las que emana la luz que no pueden ver, ni pueden ver la vela; porque este último representa el alma, cuya luz es el espíritu.
Los libros verdaderamente ocultos y teosóficos deberían ser oraciones y poemas; calculado para elevar el corazón y la mente del lector hasta las regiones más altas del pensamiento, y ayudarlo a descender al santuario más recóndito de su propio ser; para que llegue a ser capaz de abrir los sentidos de su percepción interior y captar por sí mismo aquellos ideales divinos que están más allá de la comprensión del intelecto semi-animal; porque la verdad espiritual no puede ser rebajada a ese nivel; requiere, para su reconocimiento, la elevación en el espíritu a su propio plano; ni ningún hombre puede revelar a otro la luz, si la luz no revela su presencia al investigador; todo lo que un libro puede hacer es ayudar al lector a abrir sus propios ojos.
De poco nos beneficiaría si supiéramos de la existencia de la luz del sol solo leyendo sobre ella en los libros, y fuéramos incapaces de ver la luz y disfrutar de los rayos del sol. ¿De qué nos serviría si teóricamente supiéramos todo sobre la constitución del sol terrestre si estuviéramos envueltos por la oscuridad? ¿De qué nos serviría estar informados acerca de todas las cualidades de los poderes divinos de Dios, si no pudiéramos reconocer nada divino dentro de nosotros mismos?
Ningún hombre puede mostrar a otro la luz si éste es incapaz de verla por sí mismo; pero la luz está en todas partes; no hay nada que impida que una persona lo vea, excepto su amor por la oscuridad. Su amor por las ilusiones de su fase terrestre de existencia le hace considerar estas ilusiones como reales y relegar lo Real al reino de la fantasía y el sueño. Sin embargo, lo que ahora le parece la verdadera luz, será como tinieblas cuando su conciencia despierte a la percepción de la luz del espíritu.
Franz Hartmann – En el Pronaos del Templo de la Sabiduría.