
PRIMERA PARTE
No hace mucho tiempo existía la creencia, entonces muy en boga, que daba por cierto cómo se podía impedir el normal alumbramiento: «atando» por malas artes de brujería.
Por eso, cuando una mujer se hallaba en este trance, los familiares vigilaban que ninguna persona, visitantes, amigas o vecinas permaneciesen sentados «con las piernas cruzadas» o con las manos o los dedos entrelazados.
Eran prácticas supersticiosas heredadas de la Antigüedad, y de las cuales, por ejemplo, podemos hallar testimonio en Ovidio y en el parto de Hércules. No sólo en el parto, sino para cualquier efecto que se quisiera dificultar, bastaba, según Plinio, con permanecer con las manos apretadas sobre las rodillas.
Por eso las gentes vinieron cruzando los dedos durante siglos cuando sospechaban que alguien les miraba con «malos ojos», cuando temían ser víctimas del «mal de ojo», cuyo efecto maléfico no seguiría el camino emprendido si la víctima impedía el curso del hechizo, al llegar a ella, cruzando los dedos.

A la misma idea primaria del «atamiento» responde la creencia, que abundó en toda Europa casi hasta el siglo XIX, de hacer nudos en un trozo de cuerda para impedir algún hecho, una boda, un alumbramiento, la fertilidad, etcétera.
Así, por ejemplo, era preciso vigilar que, mientras se realizase una boda, no hiciese alguien unos nudos y escondiese la cuerda, pues el maleficio perduraría hasta que se deshiciesen los nudos.
Frazer, en su monumental tratado La Rama Dorada, cuenta que en el año 1718, el Parlamento de Burdeos sentenció a un individuo a ser quemado vivo por haberse valido de cuerdas anudadas para perjudicar a una familia entera. Y en Escocia, en 1705, fueron condenadas dos personas por robar unos nudos embrujados que había hecho una mujer para impedir una boda.
Hacer los nudos significaba siempre un atamiento de los hechos, un cierre al curso normal de los acontecimientos. Por eso no sólo se utilizaba para perjudicar creando imposibilidades a los demás, sino que también se hicieron nudos en una cuerda para protegerse contra las agresiones morales o físicas del mundo externo.
Es el caso de tantos condenados por hechiceros que esperaban confiados no ser llevados a la hoguera mientras no fueran privados de su cordelito lleno de nudos que permanentemente llevaban al cuello.

En la misma forma, ya desde la Antigüedad, se utilizaron los nudos para retener al amado, para «atar» su voluntad. Hay que tener en cuenta que en tiempos de Virgilio (año 70 al 19 a. de C.) era ya una creencia madurada por los siglos, a juzgar por la detallada descripción que nos hace al referirse a los nudos utilizados por la pastora que se cree traicionada por Dafnis e intenta retenerle por este mágico procedimiento.
Hoy sonreímos ante estas cosas, sin concederle más importancia que lo anecdótico; pero durante veinte siglos por lo menos, nadie se atrevió a tomarlo a burla; y al decir veinte siglos quedamos cortos, pues desde varios siglos antes de nuestra era hay noticias de tales supersticiones, que todos atribuyen sólo a la Edad Media, pero que duraron hasta finales del siglo XVIII, y de las cuales todavía quedan reminiscencias en el ambiente popular, la cultura y la religión de muchos países.
Basta recordar la gran devoción que en muchos lugares existe hoy día a la Virgen Desatanudos. Y que en el mundo islámico existen, como podemos leer en el Corán, suras de protección contra «el mal de las sopladoras de nudos».
Pero de estas interesantes cuestiones hablaremos en posteriores artículos.
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