Leemos en el evangelio de Mateo (6:22-23): «La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Y si la luz que hay en ti resulta ser oscuridad, ¡qué negra no será la propia oscuridad!».
También Lucas, en 11:33-36, utiliza prácticamente las mismas palabras, y añade: «Ten cuidado de que la luz que hay en ti no resulte oscuridad. Pues si todo tu cuerpo es luminoso y no hay oscuridad en él, todo en ti será tan claro como cuando una lámpara te alumbra con su luz.”
Fíjense ustedes en algo muy importante: ambos evangelistas, al transcribir estas palabras de Jesús, usan la palabra «ojo» en singular. No escriben en plural «los ojos», sino en singular, «el ojo». Por tanto, parece claro que Nuestro Señor no se refiere a los ojos físicos, sino a un solo ojo. No habla de los ojos que nos permiten ver la realidad exterior, todo lo que nos rodea, sino del ojo que ilumina a cada uno de nosotros por dentro, el ojo de nuestro ‘cuerpo luminoso’: el ojo de nuestra Luz Interior.
¿Y qué ojo puede ser éste, sino el ojo del espíritu, el ‘tercer ojo’ de las tradiciones orientales, el «asiento del alma» según Descartes, en definitiva, la glándula pineal?
Es fascinante todo lo que se va sabiendo sobre esta glándula, desde siempre objeto de atención e interés de místicos y esotéricos. Así por ejemplo, el investigador Manly P. Hall, en su obra ‘El Hombre, gran símbolo de los misterios’, afirma: «En el esoterismo la glándula pineal es el vínculo entre los estados objetivos y subjetivos de conciencia o, en términos exotéricos, entre los mundos visibles e invisibles de la naturaleza».
Pero eso no es todo. Se ha descubierto que la glándula pineal, además de producir melatonina (la hormona que regula el reloj biológico de nuestro cuerpo) y serotonina (sustancia que se halla en las neuronas, actúa como transmisor de los impulsos nerviosos y tiene mucha relación con los estados de ánimo), segrega también DMT, la dimetiltriptamina, un enteógeno que los expertos han llegado a denominar «la partícula de Dios». Su estructura está formada de células muy similares a las de la retina, y está considerada como un vestigio de un tercer ojo primitivo.
Científicamente, se sabe que esta glándula se forma a partir de la séptima semana del desarrollo del feto en el vientre materno; curiosamente, el mismo período de tiempo transcurrido el cual ya se puede identificar el sexo del bebé.
Y asimismo, si queremos buscar más ‘coincidencias’, estas siete semanas, o 49 días, es el tiempo que, según el ‘Bardo Thodol’ o Libro Tibetano de los Muertos, tarda un ser humano en reencarnar.
Sabiendo todos estos fascinantes datos, sobre los cuales podría extenderme mucho más, me resulta incongruente, por no decir insólito y hasta absurdo, que haya quienes pretenden enseñar técnicas para «abrir el tercer ojo» o «activar la glándula pineal» en cursos de fin de semana, o de maneras a nuestro humilde entender sospechosas o poco claras; menos aún cuando el conocimiento, siquiera básico, de la glándula pineal o tercer ojo, precisa de estudios muy profundos y de muchos años de investigación.
Para tener siempre encendida nuestra Luz Interior, la luz del espíritu que nos ayude a mantener siempre a raya e iluminar la oscuridad y las tinieblas, como ya nos decía hace dos mil años Nuestro Señor Jesucristo, es básico y esencial utilizar y aprender sencillos métodos, tales como la relajación y la meditación cristiana. A partir de ellos, todo cuanto nos propongamos conseguir será más fácil, sin necesidad de recurrir a costosas y complicadas técnicas orientales o esotéricas de dudosos orígenes y finalidades.
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