(Viene de la parte 14)
«Y orad todos los días a vuestro Padre Celestial y a vuestra Madre Terrenal, para que vuestra alma se vuelva tan perfecta corno el santo espíritu de vuestro Padre Celestial, y para que vuestro cuerpo se vuelva tan perfecto como el cuerpo de vuestra Madre Terrenal. Pues si entendéis, sentís y cumplís los mandamientos, entonces todo cuanto pidáis a vuestro Padre Celestial y a vuestra Madre Terrenal os será concedido. Porque la sabiduría, el amor y el poder de Dios están por encima de todo.
«Orad, por tanto, del siguiente modo a vuestro Padre Celestial: «Padre nuestro que estás en los cielos, bendito sea Tu Nombre. Venga a nosotros Tu Reino. Hágase Tu Voluntad como en los cielos así en la tierra. El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Y perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos conduzcas a la tentación sino líbranos del Maligno, pues tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre. Amén«.
«Y orad del siguiente modo a vuestra Madre Terrenal: «Madre nuestra que estás en la tierra, bendito sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad en nosotros así como en ti se hace. Igual que envías cada día a tus ángeles, envíalos también a nosotros. Perdónanos nuestros pecados, porque todos los expiamos en ti. No nos conduzcas a la enfermedad sino líbranos del mal, pues tuya es la tierra, el cuerpo y la salud. Amén.»
Y todos rezaron junto a Jesús al Padre Celestial y a la Madre Terrenal.
Y después Jesús les habló así: «Igual que vuestros cuerpos han renacido por medio de los ángeles de la Madre Terrenal, que vuestro espíritu renazca de igual modo por medio de los ángeles del Padre Celestial. Convertios, pues, en verdaderos Hijos de vuestro Padre y de vuestra Madre, y en verdaderos Hermanos de los Hijos de los Hombres. Hasta ahora estuvisteis en guerra con vuestro Padre, con vuestra Madre y con vuestros Hermanos. Y habéis servido a Satán. Vivid a partir de hoy en paz con vuestro Padre Celestial, con vuestra Madre Terrenal y con vuestros Hermanos, los Hijos de los Hombres. Y luchad únicamente en contra de Satán, para que no os robe vuestra paz. A vuestro cuerpo doy la paz de vuestra Madre Terrenal, y la paz de vuestro Padre Celestial a vuestro espíritu. Y que la paz de ambos reine entre los Hijos de los Hombres.
«¡Venid a mí cuantos os sintáis hastiados y cuantos padezcáis los conflictos y las aflicciones! Pues mi paz os fortalecerá y confortará. Porque mi paz rebosa dicha. Por eso os saludo siempre de este modo: ¡La paz sea con vosotros! Saludaos siempre por tanto entre vosotros de igual manera, para que a vuestro cuerpo descienda la paz de vuestra Madre Terrenal y a vuestro espíritu la paz de vuestro Padre Celestial. Y entonces hallaréis la paz también entre vosotros, pues el reino de Dios estará en vuestro interior. Y ahora regresad entre vuestros Hermanos, con quienes hasta ahora estuvisteis en guerra, y dadles a ellos también vuestra paz. Pues felices son quienes luchan por la paz, porque hallarán la paz de Dios. Id, y no pequéis más. Y dad a todos vuestra paz, igual que yo os he dado la mía. Pues mi paz es la de Dios. La paz sea con vosotros.»
Y les dejó.
Y su paz descendió sobre ellos; y con el ángel del amor en su corazón, con la sabiduría de la ley en su cabeza y con el poder del renacimiento en sus manos, se dispersaron entre los Hijos de los Hombres para llevar la luz de la paz a aquellos que luchaban en la oscuridad.
Y se separaron, deseándose unos a otros:
«LA PAZ SEA CONTIGO. »
(Próxima parte: Epílogo)