Las imágenes y la noticia dieron este viernes la vuelta al mundo. La relevancia del suceso lo amerita: Un bebé cayó con su cochecito a las vías del tren, en una estación de Metro en Australia. Pese a haber sido arrastrado durante 30 metros por el convoy, el bebé sólo resultó con un golpe en la cabeza.
Una madre habla por teléfono móvil mientras espera el metro en una estación australiana. Al lado tiene el cochecito con el bebé dentro. El carrito se desliza y la madre horrorizada corre, pero no puede agarrarlo y ve cómo el bebé cae a la vía en el preciso momento en que llega el convoy. El metro se detiene finalmente en la misma estación, pero el cochecito y el niño están debajo de la máquina.
Momentos de locura. La madre grita, agita la cabeza y pide ayuda al maquinista y a los pasajeros. Y sucede el milagro: el convoy sale de la vía; y poco más tarde, se comprueba que a pesar de haber sido arrastrado con su cochecito a lo largo de más de treinta metros, hasta que el tren puede detenerse por completo, el bebé sobrevive y sin heridas de gravedad. Únicamente un golpe en la cabeza causado por el impacto contra el suelo de la vía. La madre no había puesto el freno al cochecito.
No me negarán, amig@s lectores, que éste es un muy claro ejemplo de la existencia de los milagros, de la intervención angelical y divina en ciertos momentos de la vida.