«Hay un ejército de ángeles con espadas y antorchas en sus manos»

Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. (Apocalipsis 12:7-9)

La humanidad se mueve de nuevo en una línea descendente en su proceso evolutivo. Es una caída provocada desde la ola de la espiral en la que nos encontramos. La humanidad debe con el tiempo corregir su marcha y entrar en una corriente de vida evolutiva consciente, de generosidad, de dar, espiritual si queremos llamarla así. Los verdaderos iniciados son los que sirven a San Miguel en esa corriente, al regidor cósmico de la luz y el bien desde lo dado, en contra de los seguidores del Dragón, de Ahrimán, de las fuerzas de la oscuridad, que son los que quitan, los que restan, los que oscurecen. Más allá de las leyendas áureas, la gran guerra que se libra en los cielos también se libra aquí en la tierra. Existe un grupo de ángeles encarnados que trabajan en silencio y humildemente para engendrar el bien, la paz y el amor. Cada uno con sus propias armaduras, con sus propias espadas, con sus propias antorchas de luz en sus manos. Cada uno aportando lo que puede para el bien común.

Son enlazadores de mundos. Seres que en silencio trabajan para la Gloria del Altísimo, para el Padre o para el Señor, según lo llaman en cada una de sus tradiciones. Son constructores fértiles de un mundo bueno, personas que entregan toda su cosecha y que no atesoran tesoros donde las polillas y la herrumbre destruyen, sino orbes cargados de manantiales de generosidad. No es frecuente verlos, y menos aún compartiendo en una misma mesa. Pero a veces se tiene el privilegio de estar con ellos, de compartir con ellos, y generar así inspiración para otros. Son transmisores de luz, de consciencia, de paz ardiente.

Por otro lado, hay seres que se comportan como sibilinas gorgonas, como serpientes o dragones que se enredan en sus propias vidas y enredan con bonitas palabras y melodías a los demás. Seres que solo piensan en sí mismos, en sus pensamientos, en sus emociones, en su vida material. Es imposible sacar de ellos un halo de luz, porque su vida gira en torno a ellos mismos y sus entrañas. La batalla del cielo es igual que en la tierra. Mientras unos protegen y animan la paz, el amor y la generosidad, otros solo viven en una maraña de egoísmos y perturbadora oscuridad.

Todos los días deberíamos preguntarnos si somos seguidores de San Miguel o del Dragón. Si recibimos el nuevo día para servir al otro, para ayudar al otro y al mundo, o si por el contrario, solo giramos en torno a nosotros mismos y nuestras pequeñas e infinitas necesidades. Esa es la gran batalla, la batalla de todos los tiempos. ¿Cuánto dedico a la luz y cuánto dedico a la oscuridad?

En estos tiempos de oscuridad es fácil quedar enredados en la maraña de aquellos que hablan de unas cosas y otras pero en el fondo solo hacen eso: hablar. Lo complejo de la espiritualidad de nuestros días es mancharse las manos luchando contra el Dragón. No con un libro ilustrado de bonitas páginas y palabras, sino con una gran antorcha de fuego acompañada de una gran espada. No predicando sobre la vida del Dragón, sino luchando en la cueva oscura contra él, a veces látigo en mano, como un Cristo Cósmico arrojando a los mercaderes del Templo.

Por eso la proclama para este tiempo no es enredarse en interminables capítulos de palabrería, de bailecitos de salón, de cantos gloriosos, sino de pura batalla contra el mal. Y en esa batalla no habrá tregua ni descanso. Por eso, una vez más, harán falta ejércitos de luz, de ángeles con espadas y antorchas en sus manos, arrojando de nuestras vidas todo mal, toda ignorancia, todo ilusión. Brillando la luz en la oscuridad, el bien triunfará. La generosidad, el Dar, es la mayor expresión cósmica, universal. Solo tenemos que mirar la naturaleza, el sol, la propia vida… “Dar” es comprender y fortalecer la línea evolutiva del universo. Darte a los demás, desde tu propio don, es prestar atención al ejército cósmico de San Miguel.

Autoe: Javier León

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