
CRISTO Y SATAN FRENTE A FRENTE
Cuando se inicia el estudio de Satán en el aspecto histórico se encuentra con una sorpresa que resulta abrumadora, y es la posibilidad, planteada por algunos autores, de que el Príncipe de las Tinieblas, el Padre de la Mentira, sea el hermano del Verbo.
El númida Lucius Cecilius Firmianus, célebre bajo el nombre de Lactancio, que vivió desde finales del siglo III hasta principios del siglo IV, aunque no fuese una autoridad en Teología, estableció la teoría de esa fraternidad entre Cristo y Satán, escribiendo en su obra «Divinae Institutiones» lo siguiente:
«Antes de crear al mundo, Dios creó un espíritu parecido a Él, repleto de las mismas virtudes del Padre. Después creó otro, en el que se borró la huella de su origen divino, porque se ensució con el veneno de los celos, lo que le hizo pasar del Bien al Mal… Se sintió celoso de su hermano mayor, el cual, unido siempre al Padre, se había asegurado su afecto. Este ser que dejó de ser bueno y se convirtió en malo, es aquel al que los griegos llaman el Diablo.» (II, 9.)
Según esta teoría de Lactancio, Satán no habría estado celoso del hombre, como sostuvieron algunos Santos y Padres de la
Iglesia, sino del propio Logos, el Verbo encarnado, ¡su hermano
mayor!
Con esto puede decirse que ya en el cielo se habría planteado y resuelto un anticipo del primer enfrentamiento terrestre entre
los hermanos Caín y Abel. Y así como en las alturas la victoria correspondería al Hijo de Dios y la derrota a Satán, en la tierra sucedería todo lo contrario, puesto que Caín, personificación del Mal y del crimen, obtendría la victoria sobre su hermano Abel, la personificación del Bien. Por eso se haría preciso que en el Plan divino de salvación se introdujese la intervención del Mesías el Cristo, que redimiese al hombre para lo cual tendría que vencer a las asechanzas del Diablo, su enemigo del principio, el cual obtendría una victoria sólo aparente a efectos humanos nada más cuando sus sicarios le diesen muerte en el Madero.
Cabe decir que la tesis planteada por Lactancio no ha sido admitida por ningún teólogo cristiano, aunque se encuentra basada en la primitiva idea de que Lucifer-ángel de la luz- fue el Arcángel más perfecto y radiante, lo que le convertía en el más próximo a Dios y quizá también en el primero en haber sido creado. Pero esto no era obstáculo para que sus celos-de la clase que fuesen- al engendrar la rebeldía, le apartasen definitivamente del Dios Trino y Uno.
De todos modos, no deja de ser curioso que un cristiano sincero y docto como lo era Lactancio, pudiese enseñar en el siglo IV que Satán no sólo era el primero y más grande de los Arcángeles sino también el hermano de la segunda persona de la Santísima
Trinidad.
Si nos atenemos a los testimonios de los evangelistas y considerando como posibles las deducciones de los primeros Padres de la Iglesia y de los más importantes teólogos cristianos, debemos llegar a la conclusión de que la oposición y la lucha entre Cristo y Satán debía ser continua, enconada y constante.
La promesa de un Redentor hecha por Dios a los primeros pecadores, Adán y Eva, era el anuncio de la venida del Mesías, cuya misión sería destruir el imperio de Satán. Y como éste sabía también que el Ungido del Señor se haría hombre sólo para vencerle, no vacilaría en multiplicar sus trampas y ardides para no someterse, por lo que el Diablo levantaría su imperio en la tierra sobre la base de todas las debilidades propias del ser humano, empezando por la concupiscencia y las demás pasiones, que constituyen los llamados pecados capitales, los cuales fueron agrupados por los primeros Padres de la Iglesia bajo el nombre genérico de «pecados de la carne», en contraposición al espíritu, cuyas virtudes eran las propias de los elegidos de Dios, los santos.
Esta es, precisamente, la idea básica que se recoge en el Evangelio Cátaro del Pseudo-Juan, que informaría las prácticas de cátaros y bogomilas. Y es que al presentar al diablo como un demiurgo creador, este texto le convierte en el introductor del pecado de concupiscencia en el mundo reduciendo además la figura de los ángeles a unos seres sometidos a las limitaciones de la materia, lo que empezaría en el Paraíso terrenal para continuar por el resto de los tiempos (II, 16-18).
«Y el diablo entró en el cuerpo de la serpiente perversa y sedujo al angel que tenía forma de mujer, y en su hermano repercutió la concupiscencia del pecado, y cometió su concupiscencia con Eva en el canto de la serpiente».
«Y he aquí que se llaman hijos del diablo e hijos de la serpiente a los que cometen la concupiscencia del diablo, su padre, hasta la consumación de los siglos».
«Y, sin tardanza, el diablo inoculó al ángel que estaba en Adán su veneno y su concupiscencia, que engendraron al hijo de la serpiente y el hijo del demonio, hasta la consumación de los siglos».
A pesar de la relativa oscuridad del Evangelio Cátaro, puede entenderse que, según este texto, el diablo tuvo comercio carnal con Eva antes de que Adán entrase en ella. En esto se muestran de acuerdo los antiguos bogomilas, y también Eutimio y Buonaccorsi, los cuales, al hablar de las costumbres de los cátaros y de sus ideas, señalan que éstos creían que de la sangre de Caín -hijo del diablo y de Adán- había salido la raza de los perros, tan afecta a la de los hombres, pretendiendo, además, que Satán tuvo de Eva una hija llamada Calomena, la cual era, por lo tanto, hermanastra de Caín.
Esta doble actividad satánica en la seducción de Adán y Eva, a través del pecado de la concupiscencia, adquiere mayor importancia si se considera que se prodigaría luego a lo largo de los siglos, presentándose bajo la forma de íncubo, o demonio macho para seducir y cohabitar con las mujeres, y bajo la forma de súcubo, o demonio hembra,
para ser poseído carnalmente por los hombres.
Pero de estos aspectos de la bisexualidad manifiesta del Diablo, hablaremos más adelante.
Extracto del libro «Satán y las misas negras» , de Adam Nebles