
«Vamos viga por viga en la yra de Santa María».
«Llamo y conjuro a los diablos.»
«Diablo coxuelo, traédmelo luego».
Brujería. oraciones y conjuros van siempre unidos, ya que el personaje central de la brujería es el demonio. Fray Martín de Castañega en el Tratado muy sotil y bien fundado de las supersticiones y hechicerías y vanos conjuros (Logroño, 1529), Pedro Ciruelo en su Reprobación de las supersticiones y hechicerías (Salamanca, 1541) o Martín del Río en Disquisitionum magicarum libri sex (Lovaina, 1599-1600) dedican unas páginas a los conjuros e invocaciones al demonio. En cuanto a los procesos inquisitoriales, abundan en ellos los conjuros, las oraciones e invocaciones al diablo.
El decorado es siempre el mismo para llamar e invocar al diablo: dos o tres mujeres cómplices están reunidas en una cocina a la luz de la luna o de una vela, o en una cabaña crepuscular parecida a la de Celestina en las afueras del pueblo; en medio del aposento está hirviendo un puchero; al lado de la caldera las brujas están salmodiando una copla. Las brujas se presentan como un tropel de viejas, harapientas o en cueros, descabelladas y untadas, «que tienen pacto con el demonio invocándole para embustes y embelecos y conseguir y alcanzar cosas ilícitas y deshonestas y saber las cosas por venir». Es necesario que se unten para ir a las asambleas satánicas y salir por los aires. Sólo después invocan al demonio, salmodiando copias –asonantadas o rimadas– y le piden ayuda para emprender sus obras maléficas. Al demonio se le ve las más veces «en figura de cabrón». Puede también tomar la forma de un perro, gato negro, murciélago, gallo …
Los conjuros son unas palabras supersticiosas y diabólicas de que usan las hechiceras y brujas para sus maleficios y sortilegios. Conjuros, invocaciones y oraciones al diablo-demonio abundan en las declaraciones hechas por dichas mujeres ante el Tribunal del Santo Oficio. En el proceso de Catalina Matheo,· viuda vecina del Casar, en 1591, ella misma confiesa a los señores inquisidores cómo el demonio «llamado por una de las dichas» [brujas], se había hallado presente «en figura de cabrón con unas uñas y cuernos largos», y cómo «a la ida y vuelta yban con el dicho cabrón por el ayre desnudas y diciendo de viga en viga con la ira de Santa María». Nombran en sus conjuros a la Virgen María y algunos santos con palabras simples y satánicas, o con frases sacrílegas y heréticas. Catalina confiesa que «otras noches untándose en casa de Olalla sobrina, otra viuda, y en compañía de dicho cabrón había ido a otra casa y ahogado un niño [ … ] que una sola vez había invocado al demonio diciéndole ‘demonio ven a mi llamado y mandado’, lo que equivale a un pacto y concierto con el demonio. En efecto, rezar o hacer oración pidiéndole algo al demonio es pacto explícito y espreso.
Muchos procesos por hechicería o brujería contienen oraciones diabólicas y conjuros e invocaciones. María de Vergara en 1598 recurríó a conjuros diabólicos. Fue acusada de tener pacto con el demonio, «lIamándole e invocándole pidiéndole favor y ayuda para sus malos tratos y traer hombres a su voluntad». En 1611, Mariana de Morales fue denunciada porque había hecho muchos «hechizos, conjuros y embelecos» invocando a demonios para «en hechizar». Ella declara que hay que rezar «mirando una estrella que decía era muy a propósito para lo que se pretendía», es decir, para conocer las intenciones del amante.

Los conjuros pertenecen a unas prácticas supersticiosas: se hacen de noche. En el proceso de doña María de Vergara, las tres mujeres (ella misma, una sobrina suya y una amiga) se levantaban a las once de la noche y se quedaban despiertas hasta después de la una de la madrugada. Un testigo dice que luego «se cerraban en el aposento y encendían todas las lumbres». Doña María declara que encendían tres candelas de cera amarilla, diciendo que «la una era para el hombre que quería atraer, otra para dicha María y la otra para Sancta Marta, y le rezaba nueve días para efecto de atraer hombres a su voluntad y decía que no avía cosa más valedera que aquella oración». Se trata del conjuro de la estrella. El testigo afirma que en alguna ocasión las mujeres «avían conjurado en un escapulario de la santísima Trinidad». En otros dos procesos se encuentra un conjuro llamado de los clavos: A Mariana de Morales se la acusa de «haber hecho diversas veces el conjuro de los clavos echando en el suelo tres clavos distantes el uno del otro cierto trecho y luego decía ciertas palabras». En cuanto a María de Vergara, «hacía un conjuro nueve días seguidos o nueve veces en un día porque fuese más provechoso» en que tomaba tres clavos y los metía en la boca y allí invocaba a todos los demonios teniéndolos en la boca para atraer a su voluntad la persona por quien lo hacía y después rociaba los clavos con vinagre y los echaba en la lumbre, «y después de encendidos los sacaba y en las puntas los ponía un poco de alumbre quemado y lo arrojaba a la calle y decía ‘este clavo echo en la calle y cómo vas con este ardor vayas al corazón de fulano (nombrando la persona que quería atraer a su voluntad) y le des en el corazón que se pierda por mi amor’. En los conjuros se mencionan las cifras simbólicas tres y nueve. Los calificadores concluyeron que hubo pacto expreso con el demonio y herejía.
Veamos otro tipo de conjuro hecho por Catalina Morena: «Traía la agujeta y los pelos de las partes deshonestas de Juan de Pinto Illescas» a una amiga y cómplice. Esta le dijo «que le truxese un caldero e agua y un espejo y una escoba y avían de ofrecerlo al diablo cojuelo que es el mayor de todos los diablos que avían de decir ‘chupete… chupete’». Se trata de un maleficio amatorio, con malos fines evidentes, Llamado por Martín del Río «maleficio de ligamen» en la Magia demoníaca; es tan frecuente, que «hay lugares donde los matrimonios se celebran casi clandestinos, por miedo al ligamen». De paso, se puede notar la presencia de dos objetos que forman parte del universo brujeril: el espejo en el cual aparece el rostro del amante y la escoba para la traslación por los aires, para ir al aquelarre o sabbat. El diablo o demonio lleva unos nombres en los conjuros que tienen una resonancia cotidiana, ordinaria, lo que supone por parte de las brujas, mujeres simples y marginales, una relación familiar con el demonio en el momento de pedirle auxilio: «Diablo del mercado, diablo de las encrucijadas, diablo de la plaza, diablo de la taberna, diablo jadas, diablo de la plaza, diablo de la taberna, diablo del horno, diablo del molino… » A veces, las mujeres invocan a muchos demonios juntos, y concluyen su letanía como si fuera imposible recordar y nombrarlos a todos: «con quantos diablos hay en el infierno».

Las oraciones
Entre las oraciones satánicas usadas por las brujas castellanas, destacan la oración a Santa Marta y a San Erasmo. En los pactos, hay una especie de liturgia al revés y las malas oraciones son un elemento más de la perversidad de las brujas que renegaron de la fe y se entregaron en cuerpo y alma a Satanás. La oración «Marta, Marta» es como el Evangelio al contrario: «Marta, Marta la diabla y no la santa, y diablo cojuelo, traéme a fulano en el buelo y diablo del horno traémelo en torno». Mariana de Morales reza dicha oración para atraer a un hombre a quien quería bien en Valladolid. «Marta, Marta» son las palabras de Cristo (Le, 10, 38-42) cuando dijo que María había escogido la mejor parte (Marta, celebrada el día 29 de julio, era la hermana de María y de Lázaro, el amigo de Jesús. Es la patrona de las amas de casa). Esta oración breve con rimas se parece a una copla popular y es fácil de recordar. Hay que tener en cuenta que la mayoría de las brujas eran mujeres pobres, necesitadas, que no sabían leer ni escribir: repetían los conjuros y las oraciones sin entender lo que decían, pensando que el demonio podía suplir sus necesidades y responder a sus deseos y apetitos.
Existe otro tipo de oración dirigida también a Santa Marta, relacionada con un rito especial: «el hombre y la mujer entre las once y doce de la noche se avían de poner en el patio a la luna, donde avían de tener un espejo y que la mujer avía de tener un brazo desnudo y avían de ir diciendo juntos las palabras de la oración de Santa Marta y otras palabras, llamando al fin de ellas por su nombre al hombre que quisiese y advirtiendo a que no se espantase, antes hubiese buen ánimo quando en el espejo viese alguna mala figura», la del demonio, por supuesto, o la del amante ausente o infiel.
Otro tipo de oración simboliza el odio que le tenían todas las brujas, mujeres frustradas y vengativas, a la madre de Dios, su «enemiga mayor» como dice Julio Caro Baroja. La virginidad y la maternidad son los estados más odiosos para las brujas que persiguen a las recién paridas, a las preñadas y, a través de las criaturas, a las madres. La oración reza: «Virgen y madre de Dios, doncella, virgen y madre de Dios preñada virgen y madre de Dios con leche y madre de Dios viuda y sola al pie de la cruz que siempre os llaman virgen y virgen madre de Dios». Lo cual se solía decir seis veces en un círculo. El círculo «carente de todo ángulo» se opone a la cruz «como muy angulosa». Las brujas prestan juramento al diablo sobre un redondel grabado en tierra. Martín del Río en la Magia demoníaca dedica unas líneas a este aspecto de la magia. En los grabados del Compendium maleficarum (1608), de Francesco María Guazzo, se ve a los brujos y brujas bailando en un círculo y también pisoteando la cruz.
Estas oraciones, las reas dicen saberlas «desde muchacha», «desde que era muy niña», sin saber quién se las enseñó; dichas oraciones circulaban por los pueblos de Castilla, disimuladas por miedo a las denuncias y al Santo Oficio. Juana, la criada mulata de doña María de Vergara, confiesa a los inquisidores una oracion que rezaba la sobrina de su ama, de noche, en la oscuridad del patio de la casa: «Pedro, tú no ves a María ni María a tí, ni le embías mensajero, pues yo por María embiando quien, embiote tres sierpes y tres serpientes y tres galgas diligentes y la soga calamera que te traba del lazo y del canto del espinazo y del riñón y del pulmón y del brazo y del canto del corazón», y a continuación invoca al diablo: «Diablo cojuelo, diablo manquillo, diablo menor, gran diablo de la peña, cómo no vas y le trabas del y le das en el corazón que se pierda por mi amor y me lo traigas aquí … » y diciendo esta palabra «aquí» refería tres veces «aquí, aquí, aquí» y daba con el pie tres veces cada vez que nombraba esta palabra «aquí» de manera que eran nueve golpes los que daba con el pie». Conviene subrayar en este texto las expresiones: diablo cojuelo, diablo rnanquillo y diablo menor (en contraposición con diablo mayor o gran diablo). El diablo cojuelo es el más conocido y nombrado en los procesos, y en la literatura. La referencia al diablo cojuelo es mayoritaria en los conjuros, invocaciones y oraciones al demonio.
La oración a San Arasmo (San Erasmo) constituye un caso sorprendente. Fue hallada dicha oración, junto con otra, entre un escapulario escondido debajo de unas esteras, según dijo la mujer condenada. Se repite una súplica, como a modo de letanía, tres veces «Arestno, Arasmo io te conjuro». No se trata de invocaciones para pedir mercedes al anto en materia de curaciones, sino más bien de un conjuro amatorio: «inbiares al corazón tales ardores i erbores les deis en el coracon de fulano». En la oración hay una mezcla de elementos tomados de la leyenda del martirio de San Erasmo (o San Telmo): «io te conjuro con la muger que los brazos te arremango i las tripas te saco» o «io te conjuro con la que en la caldera de resina hirviendo las labo … » y de datos seudobiográficos (el parto, el bautismo, los padres … ) Hay una confusión a nivel popular entre Arasmo y Erasmo, y le llaman papa, cuando fue sólo obispo (el martirio de San Erasmo o San Telmo fue pintado por Dieric Bouts, Farinati y Poussin, y grabado por Cranach y Callot. San Erasmo fue obispo y murió en 303). La oración contiene unos elementos de la leyenda y alusiones a los tormentos padecidos por el santo. Un hecho llamativo es, como lo vimos ya en otro tipo de oración, la mención de la novena al final de la oración: «a una misa al cabo de los nueve días y cada vez nueve abemarías [sic]», en vez de los diez que se suelen rezar en el rosario.
Los pactos con el demonio representan menos del cinco por ciento de los procesos por hechicería y brujería. En los pueblos de Castilla, varias vecinas fueron acusadas y condenadas por maleficios y sortilegios, algunas veces por hechicerías. Pocos procesos mencionan pactos implícitos o explícitos con el demonio, y por consiguiente conjuros y oraciones diabólicas. Concertar un pacto expreso con el demonio e invocar al diablo era un caso excepcional. Cuando lo hacen, las brujas recurren casi siempre a las mismas fórmulas estereotipadas, las que conocían «de oídas», y a unas oraciones que debían de circular por los pueblos.
Autora: Annie Molinié-Bertrand
Doctora en Letras; Universidad de la Sabana, Colombia.