«En los cuatro primeros siglos de la historia cristiana cualquiera podía hacer exorcismos; no existían exorcistas en el sentido en que los entendemos hoy, como curas que tienen una función ministerial concreta. Jesús dijo: «Arrojarán a los demonios en mi Nombre»; sólo había que creer en Él y obrar con fe. Y esto sigue siendo válido hoy. Por eso existen grupos de Renovación, y otras personas a título individual, que hacen algo que yo no llamo exorcismos —para diferenciarlos de los exorcismos en sentido estricto—, sino plegarias de liberación. Y la verdad es que si se hacen con fe son muy efectivas, tanto como los exorcismos en sentido estricto.
«Pero volvamos a la historia: en los cuatro primeros siglos de la historia de la Iglesia todo el mundo hacía exorcismos. Después instituyeron el exorcistado como orden menor y sólo podían ejercerlo los sacerdotes, concretamente los obispos. Hoy sigue funcionando así: los obispos son los únicos que poseen la facultad, el monopolio absoluto para nombrar exorcistas, o para retirarles el permiso de hacer exorcismos. Ahora bien, estos exorcismos, a los que llamo así porque los sacerdotes pronuncian una oración pública, no son las únicas iniciativas posibles para liberar a alguien del demonio. Siempre quedará la oración privada, que todo el mundo puede pronunciar, tal como nos enseñó Jesús».
Gabrielle Amorth