Los artificios de los demonios

Ilustración: Las tentaciones de San Antonio, de Jan Wellens de Cock, 1520.

En primer lugar, démonos cuenta de esto: los demonios no fueron creados como demonios, tal como entendemos este término, porque Dios no hizo nada malo. También ellos fueron creados limpios, pero se desviaron de la sabiduría celestial. Desde entonces andan vagando por la tierra. Por una parte, engañaron a los griegos con vanas fantasías, y, envidiosos de nosotros los cristianos, no han omitido nada para impedirnos entrar en cielo: no quieren que subamos al lugar de donde ellos cayeron. Por eso se necesita mucha oración y disciplina ascética para que uno pueda recibir del Espíritu Santo el don del discernimiento de espíritus y ser capaz de conocerlos: cuál de ellos es menos malo, cuál de ellos más; que interés especial persigue cada uno y cómo han de ser rechazados y echados fuera. Pues sus astucias y maquinaciones numerosas. Bien sabían el santo apóstol y sus discípulos cuando decían: conocemos muy bien su mañas (2 Co 2,11). Y nosotros, enseñados por nuestras experiencias, deberíamos guiar a otros a apartarse de ellos. Por eso yo, habiendo hecho en parte esta experiencia, les hablo a ustedes como a mis hijos.

Cuando ellos ven que los cristianos en general, pero en particular los monjes, trabajan con cuidado y hacen progresos, primero los asaltan y los tientan colocándoles continuamente obstáculos en el camino (Sal 139,6). Estos obstáculos son los malos pensamientos. Pero no debemos asustarnos de sus asechanzas, pues se las desbarata pronto con la oración, el ayuno y la confianza en el Señor. Sin embargo, aunque desbaratados, no cesan sino que vuelven ataque con toda maldad y astucia. Cuando no pueden engañar el corazón con placeres abiertamente impuros, cambian su táctica y van de nuevo al ataque. Entonces urden y fingen apariciones para espantar el corazón, transformándose e imitando mujeres, bestias, reptiles, cuerpos de gran tamaño y hordas de guerreros. Pero ni aún así deben aplastarnos el miedo a semejantes fantasmas, ya que no son nada sino pura vanidad, especialmente si uno se fortalece con la señal de la cruz.

En verdad, son atrevidos y extraordinariamente desvergonzados. Si en este punto también se los derrota, avanzan una vez más con nueva estrategia. Pretender profetizar y predecir futuros acontecimientos. Aparecen mas altos que el techo, fornidos y corpulentos. Su propósito es, si es posible, arrebatar con tales apariciones a los que no han podido engañar con pensamientos. Y si hallan que aún el alma permanece fuerte en su fe y sostenida por la esperanza hacen intervenir a su jefe.

Este aparece a menudo de esta manera como, por ejemplo, se lo reveló el Señor a Job: «Sus ojos son como los párpados del alba. De su boca salen antorchas encendidas, chispas de fuego saltan fuera. De sus narices sale humo, como de olla o caldero que hierve. Su aliento enciende los carbones y de su boca sale llama» (Jb 41,18-21). Cuando el jefe de los demonios aparece de esta manera, el bribón trata de aterrorizarnos, como dije antes, con su hablar bravucón, tal como fue desenmascarado por el Señor cuando dijo a Job: ‘Tiene toda arma por hojarasca, y del blandir de la jabalina se burla; hace hervir como una olla el mar profundo, y lo revuelve como una olla de ungüento’ (Jb 41,29.31); también dice el profeta: ‘Dijo el enemigo: los perseguiré y alcanzaré’ (Ex 15,9); y en otra parte:’ Y halló mi mano como nido las riquezas de los pueblos, y como se recogen los huevos abandonados, así me apoderé yo de toda la tierra’ (Is 10,14)

Esta es, en resumen, la jactancia de la que alardean, estas son las peroratas que hacen para engañar al que teme a Dios. Con toda confianza no necesitamos temer sus apariciones ni poner atención a sus palabras. Es sólo un embustero y no hay verdad en nada en lo que dice. Cuando habla semejantes tonterías y lo hace con tanta jactancia, no se da cuenta de como es arrastrado con un garfio como dragón por el Salvador (Jb 41,1-2), con un cabestro como animal de carga, con sus narices con anillo como esclavo fugitivo, y con sus labios atravesados por una abrazadera de hierro. Ha sido, pues, atrapado como gorrión para nuestra diversión. Tal él como sus compañeros fueron tratados así para ser pisoteados como escorpiones y culebras (Lc 10,19) por nosotros los cristianos; y prueba de ello es el hecho de que seguimos existiendo a pesar de él. En verdad, noten que él, que prometió que iba a secar el mar y apoderarse de todo el mundo, no puede impedir nuestras practicas ascéticas ni que yo hable contra él. Por eso, no demos atención a lo que pueda decir, porque es un mentiroso redomado, ni temamos sus apariciones, porque también son mentiras. Ciertamente no es verdadera luz la que aparece en ellos, más bien es mero comienzo y parecido del fuego preparados para ellos mismos; y con lo mismo que serán quemados tratan aterrorizar a los hombres. Aparecen, es verdad, pero desaparecen de nuevo en el momento, sin dañar a ningún creyente, mientras se llevan consigo esa apariencia del fuego que los espera. Por eso, no hay ninguna razón para tenerles miedo, pues por la gracia de Cristo todas sus tácticas terminan en nada.

Pero son traicioneros y están preparados para soportar cualquier cambio o transformación. A menudo, por ejemplo, pretenden cantar salmos, sin aparecer, y citan textos de la Escrituras. También algunas veces, cuando estamos leyendo, repiten como eco lo que hemos leído. Cuando vamos a dormir, nos despiertan para orar, y esto lo hacen continuamente, dejándonos dormir apenas. Otra veces se disfrazan de monjes y simulan piadosas conversaciones, teniendo como meta engañar con su apariencia y arrastran entonces a sus víctimas adonde quieren. Pero no debemos prestarle atención, aunque nos despierten para orar, aunque nos aconsejen no comer del todo, aunque pretendan acusarnos de cosas que antes aprobaban. Hacen esto no por amor a la piedad o a la verdad, sino para inducir al inocente a la desesperación, presentar la vida ascética como sin valor y hacer que los hombres tomen fastidio por la vida solitaria como algo tosco y demasiado pesado, y hacer caer a los que llevan tal vida.

Nuestro Señor mismo, aunque incluso los demonios hablaban la verdad –pues decían verdaderamente: Tú eres el Hijo de Dios (Lc 4,41)–, sin embargo los hizo callar y les prohibió hablar. No quiso que desparramaran su propia maldad junto con la verdad, y tampoco deseaba que nosotros les hiciéramos caso aunque aparentemente hablaban la verdad. Por eso, pues, es inconveniente que nosotros, que poseemos las Escrituras y la libertad del Salvador, seamos enseñados por el demonio, por él, que no quedó en su puesto (Judas 6), sino que constantemente ha cambiado de parecer. Por eso también les prohibe usar citas de la Escritura al decir: Dios dice al pecador ¿Por qué recitas mis preceptos y tienes siempre en tu boca mi Alianza? (Sal 49,19). Ciertamente ellos hacen de todo: hablan, gritan, engañan, confunden, y todo para engañar al simple. Arman también tremendos estrépitos, lanzan risas tontas y silbidos. Si nadie les hace caso, lloran y se lamentan como derrotados.

El Señor, por eso, porque es Dios, hizo callar a los demonios. En cuanto a nosotros, hemos aprendido nuestras lecciones de los santos, hacemos como ellos hicieron e imitamos su valor. Pues cuando ellos veían tales cosas, acostumbraban a decir: Cuando el pecador se levantó contra mí, guardé silencio resignado, no hablé con ligereza (Sal 38,2); y en otra parte: Pero yo como un sordo no oigo, como un mudo no abro la boca; soy como uno que no oye (Sal 37,14). Así también nosotros no los escuchemos, mirándolos como extraño, no prestándole atención, aunque nos despierten para la oración o nos hablen de ayunos. Sigamos atentos más bien a la práctica de la vida ascética como es nuestro propósito, y no nos dejemos engañar por los que practican la traición en todo lo que hacen. No debemos tenerles miedo aunque aparezcan para atacarnos y amenazarnos con la muerte. En realidad, son débiles y no pueden hacer más que amenazar.

Tomado de las Enseñanzas de San Antonio Abad.

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