En México, ser muertero es un oficio tradicional. Así denominan en ese país a las personas que tienen un trato cotidiano con los muertos. Nos referimos a los trabajadores de las empresas funerarias, que preparan a los muertos para ser posteriormente velados por sus familiares. Suturan, maquillan, trabajan para dejar presentable al difunto. Tienen que estudiar cosmetología, reconstrucción facial, a veces incluso medicina forense, y todo ello conlleva años de preparación y de estudio. No todo el mundo puede realizar este oficio, para el que se requiere un carácter y un temperamento especial, saber manejar las emociones.
En resumen, los muerteros mexicanos trabajan con la parte física y material del muerto; es decir, el cadáver de la persona que ha fallecido.
En Cuba, por el contrario, la palabra muertero tiene un significado mucho más amplio y hace referencia no ya a la parte material, sino que en este caso nos habla de la parte espiritual e inmaterial; es decir, el espíritu de la persona fallecida.
El muerterismo o muertería constituye, para el pueblo cubano, todo un sistema de creencias. Es un fenómeno religioso que tiene por objeto principal el culto al muerto, una categoría de la espiritualidad de los cubanos. Este sistema está configurado por cultos populares de base africana, en los que concurren de manera armónica y singular distintas expresiones religiosas, que van desde el espiritismo hasta el sincretismo, en el cual dioses de origen africano están íntimamente vinculados con santos del catolicismo.
Y así surgen distintas expresiones de diferentes cultos, desde la santería en general pasando por el palo mayombe, la umbanda o la quimbanda hasta llegar al vudú. Es una temática tan variada como compleja, y no es nuestro objetivo tratarla aquí.
En Venezuela, país predominantemente católico, también hay una fuerte presencia del sincretismo religioso y de la santería, si bien esta última está más enfocada hacia el espiritismo.
En relación a los muerteros, de un foro sobre espiritismo en Venezuela entresacamos esta importante información:
El muertero no es sólo aquella persona que tiene contacto con sus antepasados, guías espirituales y otras entidades evolucionadas, sino aquel que tiene la obligación de saber trabajar con “muerto” en cualquier circunstancia: desde tratar con aquel muerto que se ha “posesionado” físicamente de una persona, con el muerto que tiene “secuestrada” el alma de una persona, con el muerto que se ha “pegado” a una persona, con el muerto que se le “recostó” a una persona, hasta convertir a un muerto malo en muerto bueno, e incluso darle luz al mismo muerto…
En El Templo de la Luz Interior, y según estas definiciones, somos muerteros porque:
1) Ayudamos al muerto a irse en paz, ascender hacia la Luz.
2) Liberamos (exorcizamos, si es preciso) a la persona que está perturbada, contagiada o incluso poseída por un muerto, por el espíritu de un fallecido que no es el suyo propio.
3) Al mismo tiempo, liberamos también al espíritu obsesor y posesor, haciendo que se marche en paz al lugar donde le corresponde estar y que devuelva su lugar al alma de la persona afectada.
4) Transmitimos, en determinados casos, el mensaje que el muerto quiere dar a sus deudos.
Etcétera…
En consecuencia, y de acuerdo con determinada corriente espiritista, ser muertero implica negociar y tratar con el muerto, tanto desde el lado bueno como desde el lado malo. En el lado malo, es decir, oscuro y relacionado con lo que nosotros conocemos como magia negra, estaría por ejemplo “comprar los servicios del muerto en el cementerio”, “acudir al lugar donde hubo un accidente o muerte trágica y hacer en ese momento trato con los muertos para ayudar o destruir”, o también “saber cómo convencer al muerto fresco para meter trabajo negro en sus entrañas”. (En nuestro trabajo y desde la magia blanca que practicamos, nada de esto nos atañe).
Ser muertero, también, obliga a la persona a tener unos mínimos conocimientos sobre brujería, hechicería, sanación, espiritismo, videncia, adivinación y mediumnidad. Ha de haber estudiado “el Catolicismo sacerdotal” y asimismo, conocer qué es el Mal para poder hacer el Bien.
Y no olvidarse nunca que es un don entregado por Dios. Ello conlleva, por supuesto, una tremenda responsabilidad espiritual.
La persona engreída, arrogante y orgullosa, quien sólo ambiciona sacar provecho material, jamás conseguirá nada del muerto. Los muertos son maestros espirituales de la verdad que a los vivos nos está vedada.