Las Sagradas Escrituras distinguen a los endemoniados de los poseídos y de las enfermedades psíquicas naturales (Mat. 4:24, 9:32-34; Mar. 1:34; Luc. 7:21, 8:2). A causa de la extraordinaria complejidad de la naturaleza humana, es difícil explicar con exactitud la esencia del endemoniamiento. Lo que es claro, sin embargo, es su diferencia con respecto a la simple influencia del diablo, cuando el espíritu de las tinieblas trata de doblegar nuestra voluntad para que nos acerquemos al pecado. En este último caso, el ser humano conserva el control sobre sus acciones y puede rechazar la tentación por medio de las oraciones. Los endemoniados se diferencian de aquellos poseídos cuya razón y voluntad se encuentran en el poder del demonio.
Aparentemente, en los endemoniados el espíritu maligno se apodera del sistema neuro-motriz del organismo — como si se interpusiera entre el cuerpo y el alma — y así el humano pierde el control sobre sus movimientos y acciones. Hay que creer, sin embargo, que en el endemoniado el espíritu del mal no obtiene el control absoluto sobre todas las fuerzas de su alma, solamente se encuentran imposibilitadas de manifestarse. El alma puede en cierta medida pensar y sentir independientemente pero se siente impotente de manejar los órganos de su cuerpo. Sin poder controlar su cuerpo, los endemoniados resultan ser víctimas del espíritu maligno, quien los ha esclavizado, y por esta misma razón no son responsables de sus actos. Son realmente esclavos del espíritu del mal.
Formas de endemoniamiento
El endemoniamiento puede adquirir diversas formas exteriores. Algunas veces los endemoniados se alborotan y rompen todo a su alrededor, aterrorizando a los presentes. En estos casos, a menudo demuestran una fuerza inhumana, como por ejemplo el endemoniado gadareno, que rompía todas las cadenas y grilletes con que lo encadenaban (Mar. 5:4). Los endemoniados se hacen daño a sí mismos, como por ejemplo aquel adolescente endemoniado que durante el plenilunio se arrojaba una vez al fuego, otra vez al agua (Mat. 17:15). Pero a menudo las formas del mal se manifiestan en el endemoniado más suavemente, cuando la persona pierde por un tiempo sus capacidades naturales. Eso, por ejemplo, nos cuenta el Evangelio sobre un endemoniado mudo, quien habló otra vez normalmente después de que Nuestro Señor lo liberara del demonio; o, por ejemplo, una mujer toda encorvada que se enderezó al liberarla el Salvador del diablo. Esta desgraciada mujer había permanecido en esa posición durante 18 años (Luc. 13:11).
En algunos casos, los endemoniados demuestran la capacidad de clarividencia y adivinación. Por ejemplo, tenemos el caso de una muchacha adivina que por medio de sus vaticinios permitía a sus dueños ganar buen dinero. Cuando el apóstol Pablo echó fuera el demonio, ella perdió ese don de profecía (Hechos 16:16-19).
En nuestros tiempos, en los que parece que el cristianismo retrocede y en cambio la gente se entusiasma más y más con el ocultismo o las falsas doctrinas de la Nueva Era, cada vez mayor cantidad de personas caen bajo el dominio de los espíritus del mal. Es cierto que los psiquiatras -por encasillamiento científico o por cerrazón mental- no se molestan siquiera en reconocer la existencia de los demonios y habitualmente colocan a los endemoniados en la categoría de enfermedades psíquicas naturales. Pero una persona creyente debe comprender que ningún remedio ni sesión psicoterapéutica podrá expulsar a los demonios. Para esto se necesita la intervención de la fuerza Divina.
Diferencias entre endemoniamiento y enfermedades psíquicas
El experto y autor de numerosos estudios sobre el tema Kurt E. Koch, en su obra «Demonology, Past and Present,» (Kregel Publications, 1973), señala cuáles son, a su juicio, los principales síntomas que distinguen el endemoniamiento de las enfermedades psíquicas naturales:
1.- Aversión hacia todo lo sagrado y hacia todo lo que tiene que ver con el Creador: la Cruz, la Biblia, iconos, agua santificada, hostia consagrada, oraciones, incienso, etcétera. Los endemoniados intuyen la presencia de un objeto sagrado hasta cuando éste permanece oculto, y se sienten entonces irritados, enfermos, e incluso pueden verse sentirse incitados a cometer actos violentos.
2.- Cambios de voz. Estos síntomas no se observan en los casos de una enfermedad psíquica o nerviosa. Como el habla está bajo el control del cerebro, esta facultad nunca puede estar enteramente dominada por el demonio; sólo pueden estar dañadas las cuerdas vocales. Por ello, las palabras que pronuncia el endemoniado carecen de naturalidad.
3.- Clarividencia. Los demonios no conocen el futuro, lo mismo que los ángeles, lo conoce solamente Dios Nuestro Señor. Sin embargo, los demonios ven el pasado y observan el presente con mayor nitidez que la gente común. Siendo espíritus, pueden avisar casi inmediatamente al clarividente de lo que sucede en lugares lejanos, incluso en otro continente, así que al consultante puede parecerle que el clarividente conoce el futuro. Cuando el clarividente predice el futuro, son siempre suposiciones. Los demonios, al tener una gran experiencia y conocer más que los humanos, son capaces a veces de adivinar con bastante acierto lo que va a suceder. También es cierto que a menudo se equivocan. Además, algunas veces sus predicciones se cumplen no porque así estaba predestinado, sino porque la misma persona, autosugestionada con todo lo referente a su futuro, comienza a buscarlo inconscientemente, ayudando de esta manera al cumplimiento de las predicciones.
4.- Súbitas curaciones. Un psiquiatra puede necesitar varios años para llegar a curar a su paciente de una enfermedad psíquica. Sin embargo, liberarse del poder demoníaco es cuestión de mucho menos tiempo, contando siempre con la ayuda de Dios. Terminado el contagio, todos los síntomas desaparecen y la persona anteriormente endemoniada recobra la normalidad.
5.- Súbita ‘transmigración’. Existe el peligro de que el espíritu maligno que habita en el endemoniado cambie súbitamente de lugar y se aloje en la persona que trata de liberar a dicho endemoniado, o en algún miembro de la familia. Este síntoma se distingue del riesgo común de «contagio» al que se arriesgan médicos y psiquiatras. Es bien sabido que las personas que tienen contacto asiduo o permanente con los alienados, pueden comenzar a manifestar también diferentes anormalidades psíquicas. Además, el enfermo no experimenta ningún alivio si su medico se «contaminó». Sin embargo, en el caso de mudanza del demonio, el anterior endemoniado se libera totalmente del maligno, mientras su nueva víctima muestra inmediatamente la influencia o ser víctima de contagio por parte del espíritu de las tinieblas.
En el Nombre de Cristo
A pesar de que Nuestro Señor Jesucristo les ha dado a sus discípulos medios poderosos para expulsar a los demonios, no cualquier persona está facultada para emprender semejante tarea. De las Escrituras del Nuevo Testamento se deduce un hecho muy importante en referencia a los espíritus del mal: y es que no pueden soportar de ninguna manera que se mencione ante ellos el Nombre de Cristo. Nuestro Señor Jesucristo tiene sobre ellos el poder absoluto e ineludible. Durante la vida terrenal del Salvador, a los apóstoles les llamó la atención de que un hombre expulsaba a los demonios con sólo mencionar el nombre de Cristo. Turbados, contaron este hecho a Cristo y pidieron permiso para prohibirle a ese hombre usar Su nombre. Pero el Salvador les contestó: «No se lo prohibáis, porque el que no es contra nosotros, por nosotros es» (Luc. 9:50). Era evidente que aquel hombre tenía sincera fe en Cristo, aunque se mantenía apartado del grupo que formaban los apóstoles y quienes les seguían.
También nos cuenta el Nuevo Testamento que los hijos del judío Esceva, jefe de los sacerdotes, sin ser cristianos se dedicaban a hacer exorcismos, y quisieron probar un nuevo método que usaban los Apóstoles. Comenzaron a invocar el Nombre de Cristo para librar a un endemoniado. De pronto ese mismo endemoniado les dijo: «Conozco a Jesús, y sé quien es Pablo; pero vosotros, ¿quienes sois?» Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera, que huyeron de aquella casa desnudos y heridos» (Hechos 19:14-17).
Podemos así deducir que el Nombre de Cristo se debe invocar con gran fe y veneración, solo para la salvación de un alma, y no para vanagloriarse. Además, es muy importante estar protegidos con el poder de Cristo, que se nos concede si llevamos una vida cristiana. El diablo es un enemigo temible y astuto. Una persona presumida o poco preparada que trate de luchar con él abiertamente, puede pagar cara su ligereza. Para expulsar a un demonio hace falta mucho más que el mero entusiasmo personal o la audacia.
Jesús dio a sus discípulos el poder de exorcizar demonios y malos espíritus (Mateo 10, 1; Lucas 10, 17-19; Marcos 3, 14-15; Marcos 6, 7;), más poderoso cuanto más fe tenga el exorcista (Mateo 17, 15-22) y mayor sea su capacidad de oración (Marcos 9, 28-29). Y lo que es más: otorgó este don a todos los humanos, incluso aunque no pertenecieran al núcleo de apóstoles del siglo I (Marcos 9, 38-40; Lucas 9, 49-50), siempre que lo hicieran en Su nombre y mediante la fe y la oración.
No obstante, ningún otro humano, y menos en la actualidad, goza de la perfección de la fe de Cristo. Es por ello que, por intensa que sea su fe y por sincera que sea su oración, debe seguir una serie de pasos, y correr una serie de riesgos, que no eran necesarios para el Salvador. Y al igual que ningún médico puede curar como curaba Jesús, ningún exorcista puede conjurar a los demonios y a los espíritus perversos como lo hacía Él.
El exorcista es el verdadero protagonista de todo proceso de posesión, pues la víctima está sometida a los deseos e infamias del demonio o mal espíritu que tiene en su interior. Un antiguo profesor jesuita, Malachi Martin, afirma en su libro “Huésped del Diablo” (1976) que el exorcista “debe ser un hombre en buen estado físico, entre 30 y 60 años, con una fe a toda prueba y mucho más interesado en servir a Dios que en las cosas del mundo. No es necesario que sea excepcionalmente culto, pero si que esté muy cultivado en demonología, con una amplia experiencia. No debe escandalizarse ni alterar su ánimo fácilmente, y ha de seguir los preceptos cristianos en su vida cotidiana. No tiene por qué ser sacerdote o pastor, aunque muchos de ellos lo sean”.
Obsesión versus endemoniamiento
La obsesión se distingue del endemoniamiento en que en la obsesión, el diablo domina la razón y la voluntad del poseído. En los endemoniados, el diablo subyuga el cuerpo de la persona, pero su razón y voluntad quedan relativamente libres, aunque debilitadas. El diablo no puede someter por fuerza nuestra razón y nuestra voluntad. Lo consigue paulatinamente a medida que la propia persona, rechazando a Dios y viviendo pecaminosamente, cae poco a poco bajo su influencia.
Como ejemplo de un poseído podemos nombrar a Judas, el traidor. Las palabras del Evangelio: «Y entró satanás en Judas» (Luc. 22:3), no hablan de un endemoniado, sino del sometimiento de la voluntad del discípulo traidor. Al principio Judas se unió a los apóstoles siguiendo un impulso bueno y desinteresado. Pero muy pronto perdió aquel interés fervoroso en Cristo y se decepcionó de su misión. Judas comenzó a sustraer en secreto algún dinero de la caja común, cuyo contenido provenía de los aportes que la buena gente daba para ayudar a los apóstoles y los necesitados. Él mismo no se dio cuenta de que el demonio poco a poco iba ofuscando su consciencia y comenzó a dirigir su voluntad. Finalmente, en la Última Cena el diablo poseyó por completo la personalidad del infeliz discípulo, y lo llevo primero a la repugnante traición y luego a su suicidio.
Otro ejemplo de la posesión diabólica lo vemos en las autoridades judías y escribas, que tenían enemistad a Cristo. Cualquier palabra que Él decía, ellos la rechazaban y la reprobaban, cualquier acto que Él cumplía ellos lo criticaban y ridiculizaban. No se daban cuenta esos orgullosos que el diablo sometía poco a poco su conciencia y su voluntad para impedir la obra de salvación humana. Por eso Nuestro Señor les dijo: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer» (Juan 8:44).
Las personas poseídas por el demonio no son simplemente ignorantes religiosos o pecadores comunes. Son gente cuya mente «el dios de este siglo cegó el entendimiento» (2 Corintios 4:4), y los utiliza para luchar contra Dios. Los endemoniados son pobres víctimas del maligno. Los poseídos son sus siervos activos.