Enseñanzas de San Antonio Abad

antonio_abad02San Antonio Abad, el patriarca de los eremitas del desierto, decía con frecuencia que » las energías del alma aumentan cuanto más débiles son los deseos del cuerpo» y citaba este párrafo bíblico: «Cuando más débil soy, más fuerte me siento (2 Co 12:10).

En un momento de terrible acoso por parte de los demonios, cuenta su biógrafo, «Antonio, remecido y punzado por ellos, sentía aumentar el dolor en su cuerpo; sin embargo yacía sin miedo y con su espíritu vigilante. Gemía es verdad, por el dolor que atormentabasu cuerpo, pero su mente era dueña de la situación, y, como para burlarse de ellos, decía: «Si tuvieran poder sobre mí, hubiera bastado que viniera uno solo de ustedes; pero el Señor les quitó su fuerza, y por eso están tratando de hacerme perder el juicio con su número; es señal de su debilidad que tengan que imitar a las bestias.» De nuevo tuvo la valentía de decirles: «Si es que pueden, si es que han recibido el poder sobre mí, no se demoren, ¡vengan al ataque! Y si nada pueden, ¿para qué forzarse tanto sin ningún fin? Porque la fe en nuestro Señor es sello para nosotros y muro de salvación.» Así, después de haber intentado muchas argucias, rechinaron su dientes contra él, porque eran ellos los que se estaban volviendo locos y no él».

En otra ocasión, dijo Antonio a quienes le escuchaban: «Sólo contra los miedosos los demonios conjuran fantasmas. Ustedes ahora hagan la señal de la cruz y vuélvanse a su casa sin temor, y déjenlos que se enloquezcan ellos mismos.»

Sus amigos iban a verle una y otra vez esperando encontrarlo muerto en cualquier momento. Pero con frecuencia lo escuchaban cantar: «Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos, huyen de su presencia los que lo odian. Como el humo se disipa, se disipan ellos; como se derrite las cera ante el fuego, así perecen los impíos ante Dios» (Sal 67:2). Y también: «Todos los pueblos me rodeaban, en el nombre del Señor los rechacé» (Sal 117:10).

Esto dijo el abad Antonio en una ocasión: «Toda la vida del hombre es muy breve comparada con el tiempo que ha de venir, de modo que todo nuestro tiempo es nada comparada con la vida eterna. En el mundo, todo se vende; y cada cosa se comercia según su valor por algo equivalente; pero la promesa de la vida eterna puede comprarse con muy poco. La Escritura dice: «Aunque uno viva setenta años y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil» (Sal 89:10). Si, pues, todos vivimos ochenta años o incluso cien, en la práctica de la vida ascética, no vamos a reinar el mismo período de cien años, sino que en vez de los cien reinaremos para siempre. Y aunque nuestro esfuerzo es en la tierra, no recibiremos nuestra herencia en la tierra sino lo que se nos ha prometido en el cielo. Más, aún, vamos a abandonar nuestro cuerpo corruptible y a recibirlo incorruptible (1 Co 15:42).

Y otra vez, habló a quienes se reunían ante su cueva: «Tenemos enemigos poderosos y fuertes: son los demonios malvados; y contra ellos ‘es nuestra lucha’, como dice el apóstol, ‘no contra gente de carne y hueso, sino contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestiales, es decir, los que tienen mando, autoridad y dominio en este mundo oscuro’ (Ef 6:12). Grande es su número en el aire a nuestro alrededor, y no están lejos de nosotros. Pero la diferencia entre ellos es considerable. Nos llevaría mucho tiempo dar una explicación de su naturaleza y distinciones, tal disquisición es para otros más competentes que yo; lo único urgente y necesario para nosotros ahora es conocer sólo sus villanías contra nosotros».

(Tomado de la ‘Vida de San Antonio Abad’, de San Atanasio de Alejandría)

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