Debemos hacer todo lo posible por no pensar en Satanás conforme a sus caricaturas históricas. No va vestido de rojo, no lleva barba ni cuernos, ni esa lasciva sonrisa con que se le suele presentar en Halloween. La pezuña hendida es un símbolo de Satanás, como lo es la cabeza de cabra o la cruz invertida, pero no se trata más que de figuras imaginarias que se le atribuyen. Según Walter Martin, Satanás no huele a azufre, no tiene una cola puntiaguda ni está conectado en modo alguno con las llamas del infierno. Si nos basamos en lo que podemos aprender de la Biblia, todavía no ha estado cerca de esas llamas, ni lo desea.
Satanás no es un él en nuestro sentido de macho o hembra; él es, según la Biblia, una personalidad sin género. Satanás es un espíritu soberbio, una personalidad creada en otra dimensión por un Ser todopoderoso, el Dios de la creación. Fue creado para servir al Señor, pero recibió libre albedrío. Eligió ejercer su voluntad contra la soberanía de Dios y cayó de su inicial posición de gloria cuando pronunció esas terribles palabras: «Seré semejante al Altísimo» (Is. 14.14). «Yo seré… yo… yo» es la constante afirmación egoísta de Satanás.
En El paraíso perdido, el poeta John Milton describió a Satanás como algo semejante a un héroe. Muchos medios de comunicación, al debatir sobre el exorcismo, han enfatizado el poder de Satanás hasta tal punto que Jesucristo palidezca en la comparación. Pero nada más lejos de la realidad. Aunque el poder de Satanás es enorme, y aunque lo ejerció en el Edén para dar entrada al pecado y la muerte, Jesucristo, el postrer Adán, se enfrentó a él y lo derrotó (Ro. 5.14-15).
En Juan 14.30, Jesús dijo que había vencido a Satanás, pero que aún se mantendría con poder y gran autoridad durante un tiempo. El brillante predicador del siglo diecinueve, Donald Grey Barnhouse observó en cierta ocasión: «El príncipe de este mundo ha venido y ha encontrado abundancia en nosotros». En todo el mundo es de sobras conocida la actividad de Satanás. Si recordamos los campos de concentración nazis de Dachau, Auschwitz, Belsen, Buchenwald o el Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn, nos damos cuenta de que la actividad de Satanás no es un «<mal general»> sino violencia, engaño y odio personales.
Cuando los hombres tratan con Satanás, no están tratando con una ilusión ni con una proyección de la maldad humana; están tratando con una entidad real que fue total y absolutamente derrotada por Jesucristo. El final de la derrota de Satanás llegará cuando sea arrojado al lago de fuego y azufre, un lugar que la Biblia describe como eternidad sin Dios. En ese lugar, Satanás y todos los que le siguieron, reconociéndole como su dios y negándose a reconocer al Dios verdadero y a su Hijo Jesucristo, encontrarán la terrible realidad del juicio eterno.
Fuente: Martin, Walter (2009), “El ocultismo y su reino”, pág 6,7. Ed. Grupo Nelson